Por: Francisco Berroa Ubiera
"...Nunca o casi nunca falla; que quien favorece el poder de otro, labra su propia ruina; porque este poder lo ha propiciado o con fuerza o con la astucia, y tanto una como la otra, resultan sospechosas a quien se ha hecho poderoso".
Nicolás Maquiavelo, en "El Príncipe".
El presidente Ulises Hilarión Heureaux Level, popularmente conocido como El Manco Lilís, fue sin lugar a dudas un hombre cruel, y halló en la obra de Nicolás Maquiavelo las ideas necesarias para sustentar su tiranía, creyendo fehacientemente que:
"En cuanto a la política yo no tengo amores; sigo un derrotero para llegar a la consecución de un fin, aconsejado por mi carácter y la dignidad que debe servirme hasta de base para la oración fúnebre que se debe pronunciar sobre mi cadáver, si las circunstancias lo permiten. Esta es la pauta que me he trazado; ni hago política de afecciones, ni de partidos. Cogeré a los hombres donde los encuentre, y los apreciaré y consideraré conforme a la conducta que observen para conmigo.”[1]
En la practica, consideraba a los demás tomando en cuenta sus actitudes hacia él, lo cual se manifiesta en el fragmento de la epístola citada.
Sin la menor duda, Lilís era exigente frente a sus conmilitones, caudillos regionales y en general ante sus seguidores políticos.
Su percepción del mundo social lo hizo ver la lealtad como una prenda de primer orden y de un valor excepcional e inapreciable.
El tirano negro no se dejó arrastrar por sentimentalismos de ningún tipo, porque para él lo importante era ser, según sus propias expresiones:
"...Vehemente en la forma pero en el fondo soy reflexivo y tenaz, las cosas no se obtienen imaginándolas, los triunfos no se adquieren sólo después de ganadas las causas, y como para esto no deja de haber obstáculos que vencer, hay que hacer uso de la prudencia para no aventurarlo todo."[2]
Posiblemente por esta forma de ver las cosas fue que Lilís mantuvo una gran disciplina de trabajo, y en muchas ocasiones se lamentaba de no poder atender sus múltiples ocupaciones por falta de tiempo, razón por la cual se apoyaba en sus colaboradores.
Los sacrificios hechos por sus ayudantes no eran significativos, porque a él sólo le importaban las nuevas ofrendas de amistad de sus favorecidos. Para Heureaux la lealtad era una tela de Penélope, que cada día era comenzada de nuevo.
"El Pacificador de la República", con su corazón de hierro y su alma de fuego era realmente exigente con sus auxiliares y amigos. Para él sus verdaderos amigos eran aquellos que "no se comprometen ni con Jesucristo"[3]
, y por lo tanto a ellos les brindaba su amistad, su afecto y su consideración, como los amigos del gobierno.
Como un arquitecto que diseña y analiza una estructura, contextualiza lo social como un asunto de calculo frío, y este concepto lo define con su peculiar y descarnado estilo para decir las cosas: "Aunque yo soy un hombre que juzga la política como asunto de calculo, no es posible que deje de tener corazón para amar a aquellos que con su espada me sostienen y me ayudan a realizar el bien de la generalidad."[4]
Y ciertamente, Lilís actuaba en consonancia a su visión primaria del fenómeno político. Para él la política no es algo que se escribe, más bien la entiende como politiquería: ganar amigos con poder económico y militar; es la astucia que permite conquistar y mantener el poder.
También, en la intimidad de su corazón, el Dictador anidaba sus pasioncillas gusanosas, mostrándose cruel contra aquellos que traicionaban su confianza o la de su gobierno. En tales casos recurría a sus sicarios, o al pelotón de fusilamiento con un paredón improvisado.
Este caudillo negro que se consideraba "Blanco de la tierra", y "Amigo de los blancos", no perdonó a quienes trataron de eclipsar su estrella de poder, aspirando al solio presidencial.
Aquellos que le disputaron su "negocio" que era el gobierno, fueron asesinados. Realmente el dictador era severo e implacable en esos casos, sobre todo cuando no doblegaba la voluntad de sus contradictores con regalos, o con las promesas y ofrecimientos, entonces cortaba sus cabezas.
El caso de los generales José Estay y Ramón Castillo (a) Ramoncito. Los generales Ramón Castillo y José Estay fueron ejecutados por ordenes del general Ulises Heureaux en el sitio denominado "La Punta" de San Pedro de Macorís en el año de 1896. Ambos eran compadres de Lilís y funcionarios de su gobierno; el primero, era Ministro de Guerra, y el segundo, Gobernador de la Provincia mencionada.
El general Ramón Castillo era nativo de la ciudad de Hato Mayor del Rey, era considerado militante del Partido Rojo del general B. Báez, y durante el gobierno de "Los Seis Años" (1868-1874) de éste, se desempeñó como Comandante de la entonces Común de San Pedro de Macorís, incluso posteriormente sirvió al mismo Presidente (1876-78).
Como era normal en aquella época, al caer su gobierno, el general Castillo pasó a servir a los gobiernos del Partido Azul del general Gregorio Luperón, que fueron los siguientes: 1) General Gregorio Luperón (1879-1880); 2) el prelado político Fernando Arturo de Meriño (1880-1882); 3) general Ulises Heureaux Level (1882-1884); 4) general Francisco Gregorio Billini (1884-1885); y, 5) general Alejandro Woss y Gil (1885-1887); se inicia luego la dictadura de Lilís (1887-1899).
Estos gobiernos se iniciaron cuando el general Luperón desplazó del poder al general Cesáreo Guillermo en 1879, dirigiendo personalmente un gobierno provisional hasta septiembre de 1879, organizando en este último año un certamen electoral.
Las elecciones fueron ganadas ventajosamente por la candidatura del Prebístero Fernando Arturo de Meriño, gracias al impulso que le dio a su nominación el general Luperón, considerado como la "Primera Espada" de la gesta de la Restauración Nacional.
En el nuevo gobierno del Partido Azul, el general Luperón, acaudillado en Puerto Plata, le recomendó al presidente Meriño nombrar a uno de sus protegidos en el importante cargo de Ministro de lo Interior y Policía, siendo Lilís el beneficiario de la recomendación.
El padre Meriño quiso hacer un gobierno que fuese garante de las libertades públicas y de los derechos políticos fundamentales, sin embargo, lo menos que la oposición quería era colgarlo en la misma Catedral Primada de Santo Domingo.
Dada la beligerancia de la oposición en su contra, Meriño se vio forzado por las circunstancias a tomar medidas drásticas para preservar el orden constitucional recién inaugurado, y el 30 de mayo de 1881 -día del santo homónimo del Presidente- dictó dos decretos: a) Uno establecía la pena de muerte sumaria contra todo el que fuese aprehendido levantado en armas en contra del gobierno; y, b) el otro decreto "abolía en absoluto el recurso de asilo en todo el territorio de la República".
Estos famosos decretos fueron conocidos popularmente como "Los decretos de San Fernando", y ambos fueron cabalmente ejecutados por el Ministro de Lo Interior y Policía, que lo desempeñaba el cruel general don Ulises Heureaux.
Cuando procedentes de Puerto Rico desembarcaron por las playas del litoral oriental los expedicionarios dirigidos por el caudillo montaraz don Cesáreo Guillermo, quienes arribaron en 1881 con la finalidad de derrocar el gobierno de Meriño con su incursión armada, hubo necesidad de contrarrestar las fuerzas enemigas.
Entonces el Presidente asignó esta misión a Lilís, quien condujo sus tropas a la región Sureste y desató una tenaz y continua persecución contra los rebeldes e invasores. Lilís movilizó a sus mejores tropas, llevando siempre consigo al entonces coronel Ramón Castillo, entre otros destacados oficiales.
Las tropas gubernamentales se enfrentaron a los rebeldes en las cercanías de las lomas de "El Cabao" el 27 de agosto de 1881, en donde el general Heureaux resultó herido en el cuello por el impacto de un proyectil balístico, lo cual él describe en una carta al padre Meriño, diciendo:
"¡Secreto! yo chupé mi golpón, recibí una herida en el pescueso (Sic.) que me perforó una parte, entró la bala por un lado, y salió por el primer nudo que forma la vértebra del cerebro, la bala salió y se quedó dentro la ropa, la conservo, yo montaba el caballo de Yóperes que murió en el acto, pero después del golpe reviví y se tomo la primera trinchera, de ahí siguió la fiesta alzando un poco la música".
"Haga el favor de no decir nada de mi herida, no vayan a creer que es cosa de importancia".[5]
Monsieur Donaciéne, un curandero haitiano, atendió a Lilís de inmediato, moviéndole y alzándole la cabeza, y aplicándole compresas de diversas yerbas curativas y el milagroso maguey.
La verdad es que cuando Heureaux cayó herido fue sustituido de inmediato por el coronel Castillo en la conducción de las tropas leales al gobierno, y en el combate de "El Cabao", él hizo galas de una gran destreza marcial fruto de su comprobado valor personal, y sobre todo por ser un hábil jinete, conocedor de la geografía escenario de los enfrentamientos militares.
Al coronel Ramón Castillo siempre se le vio activo, corriendo sobre su caballo como un rayo veloz a todos los lados de la loma; ora impartiendo ordenes enérgicas y precisas, seguras y oportunas; ora coordinando las acciones ofensivas y defensivas, y manteniendo la formación de la tropa.
Finalmente escaló la loma con sus tropas, y tomó el control de la situación poniendo fin al intento insurreccional del general Guillermo y de sus aliados los españoles borinqueños.
Todos los prisioneros de guerra fueron fusilados, entre ellos don Juan Isidro Ortea, militar y poeta, y los guerrilleros Rafael Pérez, los Botello, padre e hijo, y Luis Pecunia, cuñado de Lilís.
La valiente actitud del coronel Castillo se tradujo en un merecido ascenso, y posteriormente fue designado Gobernador del creado Distrito de San Pedro de Macorís en septiembre de 1882.
El general Guillermo, a pesar del revés sufrido, conocía muy bien la capacidad del general Castillo, y se sabe que un poco antes de la expedición intentó ganarlo para su causa, sin embargo, Lilís actuó con mayor celeridad y astucia para mantenerlo a su lado.
Cuando el general Ulises Heureaux alcanzó la Presidencia de la República por primera vez en julio de 1882 el general Castillo se mantuvo a su lado. En éste soldado Lilís depositó su confianza convirtiéndolo en el hombre con más poder político de la región oriental, y él colaboró con Lilís ayudándolo a cargar, como solía afirmar Hilarión: "la pesada cruz del gobierno".
Ramoncito Castillo gozó del aprecio de los orientales, y supo además granjearse el apoyo de los hombres más poderosos de esa otrora rica región, en la cual para la época se habían establecido el latifundio monocultivista de la caña de azúcar y más de 25 ingenios azucareros.
Es por esta razón que en los campos y comunidades urbanas, bateyes e ingenios, laboraban y residían miles de almas; y los trabajadores azucareros, tanto en los molinos de azúcar como en los campos de cultivo, eran mas de 6,000, muchos de ellos inmigrantes procedentes de las Antillas inglesas denominados popularmente cocolos, haitianos y jíbaros puertorriqueños, estos últimos, buscaban entonces en nuestro país un consuelo a la miseria existente en su tierra, sometida al dominio colonial de una España cuyo reloj social se había detenido en los tiempos propios del Antiguo Régimen.
El prestigio político del general Castillo descansaba en el mismo oportunismo político que el de Lilís, y fue prácticamente por ello que su vocación de poder manifiesta se convirtió para Heureaux en un serio problema que demandaba de soluciones radicales.
Para limitar su poder y frenar su creciente ola política, Lilís designó como gobernador político de San Pedro de Macorís al general José Estay -negro nativo de Saint Thomas como la madre de Lilís-; y como medida accesoria dispuso designar a Ramoncito Castillo en el importante cargo de Ministro de Guerra y Marina con asiento en la Sultana del Este.
Más luego y de conformidad con los informes de inteligencia recibidos por Heureaux sobre el comportamiento de sus funcionarios en San Pedro de Macorís, pudo enterarse de que éstos sólo se dedicaban a las luchas personales, disputándose entre sí la hegemonía política en aquella comarca, por lo cual Lilís urdió un monstruoso plan para frenar de golpe y destruir a sus "queridos compadres".
Conforme a dicho plan, usando intrigantes pagados por él logró enemistar a sus antiguos amigos, quienes enfrentados por Lilís, trataron mutuamente de "serrucharse el palo", con la única finalidad de imponerles su poder en la región oriental.
Sin embargo, ninguno de ellos dos disponía de las fuerzas para imponerse al otro, por lo cual, el resultado de esta incapacidad fue recurrir al Dictador, delatando cada uno la supuesta conspiración del otro.
El fatal desenlace de los hechos y la "moralidad" política de Lilís. Preocupado seriamente por la situación de pugnacidad que predominaba entre los principales jefes imitares de la región oriental debido a los enfrentamientos que escenificaban Ramón Castillo y José Estay, el Presidente fraguó un plan para detener la lucha entre sus jefes militares y compadres, quienes disponían de grupos armados que mantenían en zozobra a los moradores de la ciudad de San Pedro de Macorís.
Para implementar su plan de pacificación de la ciudad oriental, primero solicitó al general José Estay una visita a Santo Domingo, la capital. Así ocurrió, y entonces Lilís convenció a Estay para que se dejara encarcelar en la prisión de la Torre del Homenaje de La Fuerza, como un ardid para provocar la posterior visita del general Castillo al recinto militar, cuando éste fuese enterado en torno a la prisión del gobernador de San Pedro de Macorís.
Lo previsto por Heureaux no ocurrió porque Castillo no se presentó a visitar al general Estay, despertando aún más las sospechas de Lilís, sobre todo sí tomamos en cuenta que Castillo recurrió al expediente de las excusas para no presentarse ante su jefe y comandante.
El Dictador que hacía gala de su proverbial paciencia, y la comparaba con la bíblica de Job, esperó, y en apariencia validó las excusas del general Castillo, aunque sabía que se trataba de evasivas muy bien pretextadas por Ramoncito.
Con el general Estay recluido en la prisión, pasó el tiempo, creyendo éste que con la llegada de Castillo todo terminaría, y podría disfrutar de las monedas contenidas en la talega que le había dado Heureaux como recompensa anticipada por su traición para ayudar al tirano a colocar al general Castillo detrás de los barrotes.
Por fin el general Castillo acudió a los múltiples llamados de Hilarión, llegando a Santo Domingo a fines de marzo de 1896, haciéndose acompañar de una nutrida escolta de jinetes bien armados, a quienes Lilís saludó con distinción y les repartió dinero, ordenándoles luego retirarse a comer y descansar en alguno de los hoteles de la capital, después de su larga cabalgada.
Entonces el general Castillo quedó solo con el Presidente, siendo conducido a la fortaleza, recibiendo los honores militares correspondientes a su alta jerarquía militar por parte de un batallón integrado a tales fines. Poco a poco la cortina se fue cerrando y los actores mostrarían su verdadero rostro. A la comedia sucedería irremediablemente la tragedia.
El Gobernador de la ciudad de Santo Domingo, el Procurador General de la República, y el Ministro de Guerra y Marina general Ramón Castillo, así como otros militares de alto rango, hicieron acto de presencia en La Fuerza, convocados todos a instancias del Presidente con el fin de que fuesen testigos de excepción del careo oral a que serían sometidos los generales Castillo y Estay.
Sometidos a una discusión, los compadres se acusaron mutuamente de ser traidores y conspiradores, siendo el general Castillo reducido a prisión. Entonces Heureaux se trasladó a San Pedro de Macorís en donde durante dos días profundizó las indagaciones sobre la conducta de sus dos amigos y colaboradores encarcelados, ordenando luego el traslado en barco de los generales caídos en desgracia.
Inmediatamente se procedió a cavar una fosa en el lugar denominado "La Punta", y cuando arribó el vapor militar que trasladaba a los prisioneros desde Santo Domingo, éstos fueron desembarcados y luego colocados en un bote que los transportó hasta el lugar escogido para su ejecución sumaria.
Despojados de sus objetos personales a fin de entregarlos a sus familiares, el propio Lilís ordenó el fusilamiento de sus compadres, manteniéndose en el lugar para garantizar su cumplimiento.
Los generales Ramón Castillo y José Estay cayeron acribillados por los múltiples disparos hechos por los soldados y marinos encargados de ejecutar la orden del Presidente, mientras Heureaux, frío e impertérrito los observó caer, y luego vigiló su entierro el 30 de marzo de 1896.
Luego el Tirano dio una explicación al resto de la sociedad mediante un telefonema enviado desde San Pedro de Macorís a su Ministro de lo Interior y Policía a la Capital de la República, con el siguiente texto: "Como ejemplo de moralidad política y para escarmiento de asesinos y traidores, han sido pasados por las armas los generales Ramón Castillo, Ministro de Guerra, y José Estay, Gobernador de Macorís, comuníquelo dependencia".
La moralidad política así entendida e impuesta por medio del terror se recreaba en el país y se presentaba ante la opinión pública como un medio de coerción más de la tiranía, la cual en su poder, anunciaba que los años en el gobierno del sanguinario caudillo se hallaban contados, porque sus desafueros eran la mejor muestra de su debilidad real, de sus temores, y de su propia incapacidad para mantener a su lado y fieles a su causa a sus propios generales.
[1]Carta de Heureaux al general Manuel J. Jiménez del 22 de junio de 1888.
[2] Carta al Prebístero don Gabriel Benito Moreno del Christo en Hato Mayor del Rey de fecha 7 de febrero de 1882.
[3] Carta de Heureaux del 23 de abril de 1888.
[4] Carta del 18 de abril de 1888.
[5] Carta de Heureaux al presidente Meriño del 27 de agosto de 1881.
1 comment:
Muy interesante aunque un poco diferente a la version presentada por Juan Bosch en su libro Las Dictaduras Dominicanas
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