Tuesday, June 26, 2007

LAS EMIGRACIONES DE SANTO DOMINGO A PUERTO RICO (SIGLOS XVIII Y XIX)

Por Francisco Modesto Berroa Ubiera, Historiador

Las emigraciones de Saint-Domingue

La población de Puerto Rico a mediados del siglo XVIII era de 44,883 habitantes (1765), y a finales de ese mismo siglo, en 1799, la población de la Isla se había incrementado a 153,234 habitantes, es decir que se había algo más que triplicado. ¿Por qué aumentó tan rápidamente la población de Borinquen? ¿Cuáles factores determinaron este aumento de la población en Puerto Rico?
A nuestro juicio, aparte de los procesos normales que explican el aumento de un conglomerado humano vía la reproducción, el primer elemento que se debe tener en consideración es que a partir de la revolución anti-esclavista haitiana en su fase inicial (1791-1793) toda la estructura socio-económica de la colonia francesa de Saint Domingue fue violentamente sacudida y transformada, y casi desde el inicio mismo de la guerra social antiesclavista que tuvo su conato con la rebelión de Boukman (un esclavo jamaiquino) en Bois Caiman, se comenzó a producir una ola de fugitivos que escapaban a la violencia y a la guerra, por lo cual, esta cresta migratoria se agrandó en la medida en que la violencia creció, y por ello los colonos blancos y los mulatos ricos esclavistas, forzados por la violencia revolucionaria abandonaron Saint-Domingue para dirigirse a nuevas tierras llevándose consigo, muchos de ellos, a sus esclavos. Unos cruzaron la frontera terrestre que los separaba del Santo Domingo Español, en el oriente, y otros se embarcan con destino a las pequeñas Antillas francesas: Martinica y Guadalupe, o simplemente se dirigen y establecen en las grandes Antillas españolas: Cuba y Puerto Rico, e inclusive hay quienes se alejan hacia las tierras continentales: Venezuela y Luisiana, ya que este último territorio era para entonces dominio francés. La parte occidental de Santo Domingo fue seriamente afectada por estas migraciones masivas, y en consecuencia, su base económica vio repercutir el efecto del proceso migratorio que se había desencadenado, provocando una considerable disminución en la población blanca de Saint Domingue entendido como un síntoma de desconcentración poblacional.
Aunque no existen series estadísticas sobre el número exacto de estos inmigrantes que llegaron a Puerto Rico a fines del siglo XVIII, ni existen crónicas históricas que expliquen cual fue su destino, existen fuentes documentales que permiten saber que el número de inmigrantes franceses fue significativo, y se sabe que a partir de 1791 muchos de estos colonos ricos adquirieron tierras en la Isla para dedicarlas al cultivo del café. Se sabe que la gran mayoría de estos colonos franceses establecidos en Puerto Rico fueron mulatos.[1]
Con relación a Cuba se conoce que aquella otra isla, la mayor de las Antillas, recibió unos 30,000 colonos franceses, blancos y mulatos, quienes se dedicarían a diversas labores productivas, muy especialmente al cultivo del café y a la siembra y producción de caña de azúcar.
Las autoridades españolas de Santo Domingo, Cuba y Puerto Rico le exigían a los inmigrados llenar una "matrícula" de extranjero o formulario de empadronamiento, con el único propósito de tener un efectivo control de los extranjeros procedentes de Saint Domingue, considerados peligrosos, por lo cual eran objeto de vigilancia por parte del Negociado de Seguridad Pública y por las autoridades de la jurisdicción correspondiente a su residencia. Los extranjeros eran clasificados como extranjeros domiciliados, naturalizados y transeúntes o forasteros.[2] Todos los matriculados debían dar a conocer los siguientes datos: nombre completo, naturaleza, estado, profesión, fijación de domicilio, capital introducido, familiares que le acompañaban, esclavos introducidos, procedencia y circunstancias que sirvieron para determinar su estado civil.
En el caso de Puerto Rico, ningún extranjero se podía establecer en uno de los municipios de la Isla sin que previamente hubiese recibido una autorización a tales fines del Superior Gobierno debidamente dirigida a los alcaldes y corregidores del lugar escogido como su residencia por el extranjero.
Las autoridades españolas trataron de evitar el contacto entre españoles y franceses para evitar el contagio de las ideas revolucionarias radicales de los jacobinos franceses, y en 1792 el Conde de Floridablanca, influyente Ministro de Indias del rey Carlos IV, remitió a las Antillas una Cédula Real[3] que incluía varias recomendaciones para evitar la influencia de las ideas revolucionarias francesas en los dominios de España, incluyendo aún Santo Domingo, traspasado a Francia por el Tratado de Basilea en 26 de julio de 1795, el cual fue ejecutado un poco más tarde por el líder haitiano Francois Dominique Toussaint en enero de 1801.

Inmigrantes dominicanos del siglo XVIII.

Una eminente historiadora puertorriqueña, Doña Estela Cifré De Loubriel, con relación a las inmigraciones de extranjeros a Puerto Rico, dice que:
Merece comentarse también la inmigración de los dominicanos que se refugiaron en Puerto Rico debido al traspaso de la parte española de la isla de Santo Domingo a Francia en virtud del Tratado de Basilea de 1795. En 1796 muchas familias dominicanas adictas a la soberanía española y empleados civiles españoles procedentes de la ciudad de Santo Domingo, de Santiago de los Caballeros y de Azua de Compostela, se refugiaron en Puerto Rico, principalmente en su parte occidental. Muchos de estos refugiados eran figuras destacadas en la vida política y económica de Santo Domingo.”[4]

Y en otra parte de su obra, la misma autora escribe:
A raíz de la cesión de Santo Domingo a Francia un gran número de dominicanos salió de su país. Otros, que se habían quedado para correr su suerte bajo la dominación francesa, se vieron precisados a refugiarse en Puerto Rico tras las perturbaciones sociales y políticas que ocurrieron después del cambio de soberanía. Los decretos sobre esclavitud promulgados por Napoleón y aplicados en Santo Domingo, crearon un hondo malestar entre muchos propietarios dominicanos y un grupo de ellos abandonó el país y se domicilió en Puerto Rico.”[5]

Estos dominicanos que a fines del siglo XVIII se establecen en la hermosa isla de Borinquen constituyeron una suerte de elite intelectual que hará significativos aportes a la cultura y sociedad puertorriqueñas de aquel entonces.
Sobre estos inmigrantes quisqueyanos Cifre de Loubriel argumenta que "Según el doctor Agustín Stahl, muchos refugiados dominicanos fueron a residir al pueblo de Aguadilla, y don Ramón Añeses Morell menciona algunos dominicanos que radicaron sus hogares en dicho pueblo".[6]


Nuevos inmigrantes en el siglo XIX

Las inmigraciones a la isla de Puerto Rico estuvieron determinadas por diversos factores de perturbación social y política que se manifestaron en la Isla de Santo Domingo. Tras el estallido de la revolución francesa (1789) se dio inicio a la revolución haitiana: Haití fue escenario de la lucha de los mulatos (1790-1791) bajo el liderazgo de Ogé y los hermanos Chavannes, de la lucha antiesclavista encabezada primero por el jamaiquino Boukman, y luego por Biasseau, Jean Francois y Toussaint (1791-1793), la cual concluye con la abolición de la esclavitud, anunciada por el comisario Santhonax en 1793; posteriormente, y debido a la firma del Tratado de Basilea el 22 de julio de 1795, casi impuesto al rey Carlos IV por su Ministro Manuel Godoy (el Favorito), por medio del cual España cede a la República de Francia la parte Este de la Isla de Santo Domingo.
Por ello, el 31 de mayo de 1796 el Gobernador Joaquín García de Santo Domingo, le pedía por escrito al gobernador de Puerto Rico, que en lo concerniente al artículo 12 del Tratado de Basilea, se debía proceder a la devolución de varios prisioneros a los franceses que se hallaban encarcelados en Puerto Rico, instruyéndolo para que exceptuara a los señores Casaux, Franquevielle, Laplace y el español Joseph Reyes, con los cuales se debía hacer una demora en cuanto a su devolución.[7]
Este Tratado no fue ejecutado de inmediato, motivo por el cual, el líder negro Toussaint L'Ouverture quien en 1800 tenía el control de la colonia francesa, decidió aplicarlo en enero de 1801, unificando la Isla de Santo Domingo, por lo cual invadió la parte Este aún bajo dominio español, lo cual determinará que importantes núcleos poblacionales se trasladen desde Santo Domingo a Puerto Rico. Por ejemplo, existe una carta de Ramón Castro de fecha 1º de marzo de 1801 dirigida al Señor Gobernador General de Puerto Rico, Ramón de Castro, pidiendo ayuda por haber abandonado la isla de Santo Domingo debido a la invasión de Toussaint a la parte Este de la Isla, en la cual afirmaba tenía una propiedad (una casa) valorada en 12,000 pesos, con 19 esclavos.[8] En esta caja hay una gran cantidad de cartas de inmigrantes procedentes de Santo Domingo, las cuales básicamente contienen los lamentos de personas que piden ayuda por haber perdido sus propiedades y sus esclavos.[9] Inclusive, el propio gobernador de Santo Domingo, Joaquín García, en más de una ocasión pidió auxilios económicos y militares a las autoridades de Puerto Rico, y en una comunicación de fecha 16 de febrero de 1801 dice a Ramón de Castro, Gobernador de Puerto Rico, que para él: "Ha sido forzoso ceder a tan repetida, reiterada, e impulsivas gestiones que ha hecho el General Toussaint para lograr quedarse con el batallón de Santo Domingo en calidad de auxiliar",[10] con el cual finalmente se quedó dada la persistencia del líder negro.
Otros factores de perturbación fueron la invasión de Napoleón Bonaparte a la Península Ibérica (1808), y el posterior inicio de la guerra antifrancesa, lo cual posiblemente provocó que un poco más tarde, según un documento de 1810, fueran expulsados todos los franceses establecidos en la Isla, y sus bienes embargados por el Estado colonial.[11] La guerra antifrancesa que se inició en Santo Domingo en octubre de 1808 fue auspiciada desde Puerto Rico por don Toribio Montes, gobernador español de la Isla, quien envió varios emisarios a Santo Domingo con el propósito de insurreccionar a sus habitantes en contra de los franceses. Uno de estos emisarios fue Salvador Félix, quien después de desembarcar por el puerto de Barahona, en el Suroeste, se dirigió a Neiba en donde se dio inicio a la rebelión contra los galos, los cuales fueron derrotados militarmente en las batallas de Malpaso en 12 de octubre de 1808, y en la de Palo Hincado, en 7 de noviembre de 1808, iniciándose luego el sitio de Santo Domingo, la capital, ocupada por Francia hasta el 11 de julio de 1809, cuando se produjo la capitulación del Brigadier Du Barquier y de sus hombres, restableciéndose el dominio español en la parte oriental de la isla de Santo Domingo.
Igualmente, la situación que se presenta en Sudamérica a raíz del inicio de la lucha de independencia, y del denominado Decreto a Muerte de Bolívar, muchos de los peninsulares y criollos de origen español de ambos territorios se establecerán en Puerto Rico, bajo el amparo de la Real Cédula de Gracias de 1815. Otro factor fue el terremoto en Venezuela de 1812. En un informe sobre Venezuela del año 1812, el cual ofrece Mister Thomas Huttinson a bordo de la Fragata Garland, de Su Majestad Británica, a la vista de Santo Domingo, el 13 de abril de 1812, quién conjuntamente con el Capitán Forrest, comandante de la Cyane, sirviendo de traductor para ambos el señor José M. Castillón, quienes informan que el Capitán Forrest les informó, in voce, que: "Toda la ciudad de Caracas y la Guaira habían quedado destruidos por un terremoto",[12] que provocó unos 15,000 muertos. Otras informaciones contenidas en la comunicación indican que la sacudida sísmica se sintió en Puerto Cabello y en Curazao. En Caracas, dicen, la gente vive en tiendas y barracas, porque todos los edificios fueron destruidos por el fuerte temblor. Dicen que diariamente montones de cadáveres son quemados a orillas del mar, y que cada vez aparecen más.[13]
Otros inmigrantes procedentes de tierra firme vendrán de Centroamérica, por ejemplo, en carta don Benito Pérez, a la sazón gobernador de Porto Bello, Panamá, a las autoridades españolas de Puerto Rico, informa en 16 de enero de 1813, la perdida de Santa Marta y toda la provincia. Es una carta llena de lamentos y solicita ayuda económica, armas y hombres, señalando que de no recibir auxilios abandonará la lucha.[14]

La Real Cédula de Gracias del año 1815

Considerando las autoridades coloniales de Puerto Rico que a principios del siglo XIX existía una población reducida en toda la isla, se pensó en su fomento, y a tales fines se promulgó la Real Cédula de Gracias de 1815 cuyo objetivo fue el de patrocinar y estimular la inmigración a Puerto Rico. Ese año la Isla tenía una población de 220,892 habitantes, elevándose en 1860 a 583,308 habitantes. Desde agosto de 1815 se pone en vigor la denominada Cédula de Gracias, por medio de la cual la corona ofrece ciertos estímulos e incentivos en favor de los españoles peninsulares que emigrasen a las islas de Cuba y Puerto Rico. Por ejemplo: se otorgaron gratuitamente concesiones de tierras y se eximía el pago de impuestos por el término de 10 años a los inmigrantes.
Desde el 1º de agosto de 1815 se pone en vigor la referida Cédula de Gracias, por medio de la cual la corona ofrece ciertos estímulos e incentivos en favor de los españoles peninsulares que emigrasen a las islas de Cuba y Puerto Rico. Esta Cédula estableció la libertad de comercio con los Estados Unidos y colonias extranjeras en buques españoles, la exención de derechos para la importación de esclavos, maquinas y artefactos agrícolas, y la libre admisión de colonos extranjeros católicos, con sus esclavos, concediéndoseles terrenos para cultivar, permiso para testar libremente y autorización para regresar a su país, con los caudales adquiridos, al terminar el primer quinquenio.[15]
Por medio de esta disposición, se otorgaron gratuitamente concesiones de tierras y se eximía el pago de impuestos por el término de 10 años a los inmigrantes. También, para fomentar el poblamiento de la isla, esta misma cédula dispuso el establecimiento de un reducido arancel de un dos por ciento al comercio de los insulares con las colonias españolas vecinas, y eliminó las restricciones al intercambio comercial metrópoli-colonia. Quizás debido a esta medida, entre 1814 a 1854 "el valor per cápita del comercio se multiplicó por más de ocho",[16] y entre 1814 a 1854 "el valor total del comercio exterior aumentó en casi 2,100 por ciento, y entre 1854 y 1883, un 141 por ciento adicional".[17] Y En el año de 1822 todavía existen en la isla de Puerto Rico aproximadamente 96,139 cuerdas[18] de terrenos realengos.[19].


Economía y propiedad territorial



Por este motivo, entre 1823 a 1837, bajo el gobierno de Miguel de la Torre, quien además organiza la defensa y el espionaje, progresan las haciendas de caña de azúcar y de café y se imponen fuertes medidas restrictivas a los jornaleros o agregados[20].
De 1823-1868 son muchos los criollos se van a la cordillera arrojados por el latifundio cañero[21]. Sin embargo, las autoridades municipales, casi siempre ibéricos, preferían beneficiar a los ciudadanos españoles procedentes de la península en desmedro de los criollos, haciendo gestiones en favor de éstos para que se les hiciera la entrega de tierras realengas[22].
Los archivos municipales contienen abundantes informaciones al respecto. Por ejemplo, el 18 de mayo de 1848 el Alcalde de Utuado, señor Buenaventura Roig, tramitó una solicitud de adjudicación de tierras baldías del Intendente de la Tenencia de a Guerra de Utuado, puesto desempeñado por el 2º Cabo Juan Bosch, por lo cual el Alcalde Roig se dirige al Gobernador General, Excmo Sor. Conde de Reus, Presidente Gobernador, Jefe Superior Político y Capitán General de esta Isla de Puerto Rico, en estos términos:
Remito a manos de su V.E. [Vuestra Excelencia] la adjunta petición que hace a V.E. D. Juan Bosch[23] solicitando se sirva V.E. concederle cuatro caballerías de terreno en los valdíos (sic.) de este Partido; Que es a este fin la ha puesto en mis manos el interesado.”
“V.E. en su visita resolverá sobre ella lo que fuere de su superior agrado.
Dios Guarde a V.E. muchos años”.
“Utuado, 13 de mayo de 1848
.”[24]


La inmigración dominicana del siglo XIX



Durante los primeros cincuenta años del siglo XIX, de 1801 a 1850, se destaca que entre el elemento "inmigratorio a Puerto Rico los emigrados de Santo Domingo, así como los elementos realistas franceses procedentes de la turbulenta Haití".[25] Como se sabe, bajo el estímulo de la Revolución Francesa de 1789 comienza a manifestarse un singular proceso revolucionario en la colonia francesa de Haití que cubre el periodo de 1790 a 1804 y que incorpora distintos actores sociales a un proceso de lucha ininterrumpido iniciado por los rebeldes mulatos Ogé y los hermanos Chavannes (1790-91); seguido por la rebelión anti-esclavista de Boukman, Jean Francois, Biasseau y Toussaint (1791-1794); continuada por el líder independentista mulato
Otros sucesos que provocaron la salida de familias dominicanas con destino a Puerto Rico fueron: 1) La invasión de Toussaint a la parte este de la isla a partir de enero de 1801 hasta enero de 1802, quien tomará diversas medidas que obligan a familias del grupo dominante a emigrar; 2) La invasión de Dessalines de 1805; y, 3) la invasión de Jean Pierre Boyer de 1822 en adelante, la cual decide la integración del este de la isla de Santo Domingo a la República de Haití.
Fue considerable el número de dominicanos que se establecieron en Puerto Rico a principios del siglo XIX (de 1801 a 1808).[26] Aunque desde 1808 a 1822, durante el periodo de la segunda dominación colonial española o época de La España Boba, se registraron pocos inmigrantes procedentes de Santo Domingo.
De 1822 a 1830 se incrementaron las emigraciones de dominicanos a Puerto Rico. La inmigración de dominicanos a Puerto Rico tuvo su momento de auge, y este auge se manifiesta durante el periodo comprendido entre 1822 a 1844 provocada por la invasión de los vecinos haitianos.
Para la historiadora Estela Cifre de Loubriel, de 1861 a 1870 "siguió el auge de la inmigración, pero sin alcanzar las cifras del decenio anterior. Varias causas justifican este ligero descenso. Una de ellas es probablemente la guerra de Santo Domingo a España"[27], refiriéndose a la guerra restauradora que se produce entre 1863 a 1865.
En 1865 había llegado a Puerto Rico un nutrido grupo de deportados políticos. Estos fueron los señores: José Fermín González y familia, María del Cristo y familia, Magdalena Rodríguez y su hijo José de la Rosa, los hermanos Juan y José Reyes, Baltasar Villarta, Domingo Leguisamo (Leguisamón?), María Santos, Antonia Abad, María González, Elena Cabral, Manuela Pérez, José Ramírez, Polonia Violonis. José Ramón Morell, Juana Chavarria, Eugenio Romero, Manuela Fernández y sus hijos de apellido Galván. Como se puede notar vinieron dos familias completas, y más de una madre acompañada de uno o más hijos.
En sentido general, en el siglo XIX residían en Puerto Rico un total de 239 dominicanos, de acuerdo con los registros oficiales, de los cuales 201 tenían una ubicación conocida. Procedentes del vecino Haití vivían en Puerto Rico un total de 44 nacionales, de los cuales 19 tenían ubicación conocida.[28]




La ubicación de los dominicanos por ciudades en Puerto Rico era como sigue[29]:


Cuadro No.1
Dominicanos residentes en Puerto Rico en la Primera Mitad del siglo XIX
Ciudad Número de habitantes
Aguadilla 1
Añasco 3
Cabo Rojo 1
Caguas 1
Carolina 1
Ceiba 1
Guanica 1
Guayama 1
Juana Díaz 1
Lares 1
Maricao 1
Mayagüez 56
Naguabo 1
Ponce 5
Quebradillas 1
Salinas 2
San Germán 4
San Juan 113
Utuado 1
Yauco 1
Total 197

De acuerdo con esta fuente, diez de estos dominicanos desempeñaban funciones de empleados públicos, 21 eran militares y cinco cocineros.
La obra de Cifre de Loubriel incluye una lista de 239 personas, todos inmigrantes dominicanos que se radicaron en Puerto Rico. Entre estos se destacan algunos propietarios de esclavos quienes eran los señores: Casimiro Irrizarry, Antonia Izquierdo, Josefa Lajara, Francisca Alfonso, Francisco Arroyo, Patrona Almeyda, Francisco Mueses, Josefa Parra Reyes, Pantaleón Pérez, José Basora, Rosa Espinosa, Benjamín Flouri; También militares, entre los cuales se contaban: Miguel Román, Manuel García Cúllar, Santos Leguisamón, Manuel Miralla Reyes, Juan Morín González, el Capitán Antonio Alfau Baralt, Juan Antonio Baca, Granadero del Regimiento Fijo, Josefa Osorio, Ramón Eloy Carpegna, y Ramón Figueroa Alvarado, pífano del regimiento de infantería. Y entre los profesionales que se radicaron en Puerto Rico se destacaron Pablo Arroyo Pichardo, abogado y catedrático universitario, su hermano Rafael Arroyo Pichardo quien fuera el fundador de la Sociedad Económica de Amigos del País; y a fines del siglo pasado se estableció allí Don Manuel de Jesús Galván[30]; Andrés López Medrano, médico y revolucionario, y Félix María del Monte, entre otros distinguidos dominicanos; asimismo los cocineros Santiago Aoreno o Moreno y Pablo López; los empleados públicos fueron: Vicente Celestino Gimbernard, escribiente de aduana, José Antonio Arroyo, interventor de la aduana de Ponce en 1846; Francisco Albertín Brenes, Escribano del real Registro de Guayama, Domingo Díaz Páez, Asesor General de Puerto Rico, y Narciso Pérez Guerra; los comerciantes eran Damián Báez, Enrique Martí Martí, J. B. Camoin, Félix Cehala, Rafael Montalvo, y Ezequiel Medina, quien participa en el Grito de Lares; Los agricultores eran Juan Belvis y Cristóbal Colón; estudiante del seminario conciliar en 1832 fue el dominicano Joaquín Brenes Sánchez; industriales fueron José Dolores Brown y Miguel Ricart Torres, quien además era comerciante y tabaquero; Otros que se establecieron fueron: el carpintero José Canet, la propietaria de tierras y de bienes inmuebles Dolores Lasalle, y el esclavista Joaquín Ramírez.

Notas y referencias:

[1] Véase: Raquel Rosario Rivera: Los efectos de la revolución de Saint Domingue y de la venta de Luisiana en Puerto Rico. Tesis presentada en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, 1988. En este estudio se pudo constatar que de 1,102 emigrados procedentes de Haití o Saint Domingue que pudieron ser localizados, de estos 732 fueron clasificados por raza, y un 60 % era negro y mulato, un 8 % blanco, y un 32 % no fue indicado.
[2] Ver: A. G. P. R..: Fondo de gobernadores españoles. Serie extranjeros, Caja No. 191, Expediente de Antonio Martínez en solicitud de domicilio.
[3] Ver: José Luciano Franco: Documentos para la historia de Haití. Conde de Floridablanca a Virreyes y Gobernadores de Indias. Habana, Publicación del Archivo Nacional de Cuba, 1954, P. 67.
[4] 14 Cifre de Loubriel, Estela: La inmigración a Puerto Rico durante el siglo XIX. Edición Instituto de Cultura Puertorriqueña, San Juan de Puerto Rico, 1964, PP. 27-28.
[5] Cifre de Loubriel, Estela: La inmigración a Puerto Rico durante el siglo XIX. Edición Instituto de Cultura Puertorriqueña, San Juan de Puerto Rico, 1964, PP. 59-60.
[6] Cifre de Loubriel, Estela: La inmigración a Puerto Rico durante el siglo XIX. Edición Instituto de Cultura Puertorriqueña, San Juan de Puerto Rico, 1964, P. 28.
[7] Ibídem, Cónsules. Santo Domingo, 1796-1858. Entry 16, Box 34.
[8] Ibidem
[9] Ibidem.
[10] Ibidem.
[11] Ibidem, Goverment Agencies, Ultramar. Box 380, Entry 230
[12] Ibídem, Political and Civil affairs. Cónsules: Santo Domingo, 1796-1858. Entry 16, Box 34.
[13] Ibídem.
[14] Ibídem, Cónsules, Saint Thomas. Entry 16, Box No. 32.
[15] Salvador Brau: Historia de Puerto Rico, Río Piedras, ediciones Edil, Inc, 1974, P. 199.
[16] Dietz, James L.: Historia económica de Puerto Rico, Ediciones Huracán, Río Piedras, Puerto Rico, 1989. 1a. Edición, P. 41.
[17] Dietz, James L.: Historia económica de Puerto Rico, Ediciones Huracán, Río Piedras, Puerto Rico, 1989. 1a. Edición, P. 36.
[18] Una cuerda equivale a un cuadrado de 75 varas de lado, es decir a 00.39 hectáreas equivalentes a 3,929.51metros cuadrados (Nota de Francisco Berroa).
[19] Ver: Picó: 1986, P. 182, y AGPR, Fondo de Gobernadores Españoles de Puerto Rico, Caja 54, "Estado que demuestra los terrenos de labor, hatos y realengos...según los padrones formados en 1822".
[20] En el año 1809 los propietarios de San Juan piden al gobierno que obligue a los jornaleros agregados sin tierra, a trabajar para los hacendados (Nota de Francisco Berroa).
[21] 21 Picó: 1986, P. 182.
[22] Las tierras realengas eran las tierras del Rey (Nota de Francisco Berroa).
[23] Coincidencialmente homónimo del destacado escritor y líder político dominicano con ascendencia boricua don Juan Bosch, con quién no se debe confundir (Nota de Francisco Berroa).
[24] AGPR, Fondo: Documentos Municipales, Serie Utuado, Sub-serie: Moneda, esclavos, requisitorias, juntas varias y orden público. Años.1836-1885. Caja número 13. Expedientes sobre Baldíos.
[25] Cifre de Loubriel, Estela: La inmigración a Puerto Rico durante el siglo XIX. Edición Instituto de Cultura Puertorriqueña, San Juan de Puerto Rico, 1964, P. 50.
[26] Cifre de Loubriel: 1964: P. 60: hace mención de 18 personas que se establecieron en Puerto Rico a principios del siglo XIX.
[27] Cifre de Loubriel, Estela: La inmigración a Puerto Rico durante el siglo XIX. Edición Instituto de Cultura Puertorriqueña, San Juan de Puerto Rico, 1964, P. 52.
[28] Ver: Cifre, Estela: Catalogo de extranjeros residentes en Puerto Rico en el siglo XIX. Ediciones de la Universidad de Puerto Rico, Río Piedras, 1962., PP. 38 y 39.
[29] Ver: Cifre de Loubriel, Estela: Catalogo de extranjeros residentes en Puerto Rico en el siglo XIX. Ediciones de la Universidad de Puerto Rico, Río Piedras, 1962., P. 44.
[30] Galván fue autor de la novela "Enriquillo", abogado y diplomático, quien fuera uno de los más íntimos colaboradores de la dictadura dominicana de Ulises Heureaux y amigo personal del tirano (Nota de Francisco Berroa)

Friday, June 22, 2007

EL CAFE EN PUERTO RICO EN EL SIGLO XIX

Por Francisco M. Berroa Ubiera, Historiador

El inicio y desarrollo de la caficultora

La introducción del café en Puerto Rico data del año de 1736, y a partir de ese momento, esta planta de cultivo permanente conocida por los botánicos con el nombre científico de Cafea Arábiga comenzará a ser producida en las zonas altas de la cordillera central borinqueña, aprovechando las excelentes condiciones agro-ecológicas existentes y la espléndida orografía insular.
La existencia de pequeños valles intra-montanos y la gran variedad de microclimas de montaña son condiciones del medio físico que van a permitir el progreso de algunas variedades de café. En 1768, el entonces gobernador don Antonio de Muesas, mediante diversos incentivos logra fomentar la producción cafetalera.
En la segunda mitad del siglo XIX, se incrementó considerablemente el cultivo del café. El inicio y posterior desarrollo de la agricultura del café en los municipios de Puerto Rico entre 1870 a 1914, de acuerdo con padre Picó,[1] se pueden dividir en cuatro etapas: 1) la que se caracteriza por un crecimiento económico acelerado experimentado por la caficultora de la Isla; 2) un segundo momento de franco auge, como resultado de la elevación de los precios en el mercado europeo, principal destino de la producción, a fines del siglo XIX; 3) la caracterizada por una crisis de la producción, y, por último, 4) la cuarta etapa, que es de lenta recuperación y de prosperidad en el periodo de entreguerras.

Causas de la recesión productiva

Sobre las causas de la recesión cafetalera fueron múltiples, pero en sentido general se deben tomar en consideración:
1º) las causas económicas: a) la relativa descapitalización de los productores, lo cual provoca el "regreso a España de los peninsulares y mallorquines",[2] b) la reentrada de Brasil en la producción cafetalera y de otros productores, inclusive en las Antillas; c) la concentración de las inversiones norteamericanas en los llanos costeros en plantaciones cañeras y en ingenios azucareros, con la consecuente fuga del crédito agrícola a las zonas costeras, lo que demuestra que el capital se invierte, no donde se necesita, sino donde deja ganancias; y, 2º) las extraeconómicas: a) la guerra de 1898; b) las actividades de los Tiznados; c) los daños provocados a los cultivos por los huracanes San Ciriaco (1899) y San Felipe (1928); d) la Gran Guerra europea o Primera Guerra Mundial (1914-1918).

El crecimiento cafetalero

La producción de café aumenta considerablemente en Puerto Rico a partir de 1870, a éste respecto: "El crecimiento de los centros cafetaleros propició a su vez el desarrollo de actividades complementarias en los municipios de la montaña. Artesanos y jornaleros de la costa fluyeron a la zona cafetalera para aprovechar las oportunidades que el auge brindaba".[3]


Cuadro Número 1
Producción de Café (1830-1896)

Año Cantidad de cuerdas cultivadas de café
1830 11,965 cuerdas
1862 33,965 cuerdas
1896 122,000 cuerdas

Las exportaciones de café fueron como sigue:


Cuadro Número 2
Exportación de café (1765-1850)

Año Cantidad exportada (Millones de libras)
1765 No registro; mucho contrabando
1783 1,000,000
1828 11,000,000
1850 13,000,000

La situación de los trabajadores y el sistema del "agrego"
En cuanto a los trabajadores, estos se hallaban económicamente explotados y no disfrutaban de sus derechos políticos, sociales y laborales. Cafetal adentro hombres, niños, y mujeres compartían por igual los sufrimientos y penurias propias del entorno hacendista. En el plano laboral las huelgas estaban prohibidas y se consideraban ilegales, y el despido era una institución aceptada por la administración colonial, por lo cual, los hacendados comúnmente hacían despidos arbitrarios de sus trabajadores jornaleros, o de sus peones o agregados, también conocidos como “agregaos” o “arrimaos”, quienes constituían el grueso o la mayoría de la población campesina de la isla en el siglo XIX, y aunque no eran los dueños de la tierra, usaron ésta a través de distintos arreglos que se hacían con los grandes propietarios. De 1750 a 1849 existió un sistema de agrego basado en "..partir a medias crianzas y cosechas",[4] luego existió otro tipo de agrego, mediante el cual los trabajadores agrícolas,
"...para poder tener un sitio donde vivir, estos campesinos que no tenían tierra tuvieron que hacer otro tipo de arreglo con los hacendados. Se comprometían a trabajar los cultivos comerciales de éste a cambio de que los dejaran construir sus casas en alguna parte de sus tierras. Los hacendados lo que harían era darles a cambio comida y ropa "fiá" en las tienditas de sus fincas, usualmente en su propiedad."[5]
Según avanzó el siglo y debido al desarrollo de las siembras comerciales del café y de la caña de azúcar, los arreglos con los grandes propietarios se hicieron más difíciles.[6]
De 1887 a 1896 aumentan los precios del café, y su exportación tiene como destino el mercado europeo, preferentemente se destinaba a los puertos de Hamburgo, Bremen, Le Havre, y Southampton. Los productores del grano aromático confrontan algunas dificultades para la obtención de crédito agrícola, y además, se hallan geográficamente ubicados en áreas montañosas aisladas de las zonas urbanas, virtualmente incomunicadas por la ausencia de adecuadas vías de comunicación. Los principales centros productores de café son Utuado (Jayuya), Las Marías, Maricao, Lares, Yauco, Adjuntas, Ciales, San Sebastián y Juana Díaz (Villalba).[7]
Las condiciones materiales e inversión para el cultivo
En sentido general, el desarrollo de una hacienda cafetalera en la Isla durante segunda mitad del siglo XIX requería de una férrea voluntad de parte de los cultivadores, pequeños, medianos o grandes.
Ello así, porque en primer lugar, había que obtener las tierras apropiadas en las zonas montañosas. Por lo regular, lo preferido era idealmente ocupar terrenos realengos, escasos para la época; en caso contrario había que comprar las tierras, representando esto la primera inversión. Luego, había que contratar peones para hacer el desmonte y realizar la siembra de la planta Cafea Arábiga, un árbol frutal de cultivo permanente. Por lo regular, una pieza de café tiene una larga vida productiva, pero para que comience a producir significativamente hay que esperar aproximadamente cinco años. Transcurrido este tiempo, la planta debe ser cuidada y las superficies en que se localiza deben ser desyerbadas, y la planta podada con cierta frecuencia para poder obtener el mayor rendimiento productivo.
Además, siendo la Cafea arábiga un árbol que no se puede exponer directamente a las radiaciones solares intensas en este clima tropical propio de la Isla y del trópico, también se necesitaban árboles de sombra para cubrir y proteger las plantaciones.
Un aspecto básico para desarrollar el cultivo es contar con recursos de financiamiento suficientes, motivo por el cual, casi necesariamente se debe recurrir al crédito agrícola, es decir, del financiamiento de los refactores. Sólo disponiendo de fuentes blandas de financiamiento es posible impulsar una hacienda cafetalera.
El dinero obtenido por esta vía se invierte en jornales, en gastos fijos de mantenimiento de la finca, en la extensión de los cultivos, en la construcción de los edificios gláciles, y en la compra de diversos instrumentos y herramientas de trabajo, incluyendo la compra de las maquinarias, y en fin se deben "buscar las facilidades para lavar y secar el grano, conseguir implementos para descascararlo y pilarlo, separar espacio adecuado para almacenaje y asegurar el acarreo del producto al mercado. Todo esto requería inversión en jornales y gastos afines".[8]
Los refactores cafetaleros
Como revela el estudio de Fernando Picó, en el caso concreto de Utuado, y de Puerto Rico: "En su época de crecimiento, la zona cafetalera dependerá del crédito de la costa hacia la montaña, dotando a ésta del brío suficiente como para lograr su despegue económico".[9] Las sociedades comerciales que actuaban como entidades refactoras, por lo regular se hallaban establecidas en las zonas costeras, y principalmente en las ciudades portuarias de Arecibo, Ponce y Mayagüez.[10]
Estas sociedades comerciales de la costa habían logrado una alta tasa de ganancias, y una rápida y segura acumulación de capitales financiando también las haciendas cañeras, y en cambio, los refactores de la montaña, exclusivamente del café, casi siempre comerciantes locales, dependían del volumen de sus ventas y de sus clientes naturales: la población de la montaña.
Muchos hacendados ricos llegaron a ser refactores de sus vecinos menos pudientes, suministrándoles a los necesitados, como se decía entonces: "Caldos, víveres, efectos y efectivo".
Se distinguen tres modalidades de refacciones: 1) la que cubría el financiamiento original, que eran los fondos para comprar la tierra y sembrar las plantas, hasta que se alcanzaba el momento de producción, lo cual suponía, que durante ese largo tiempo -más o menos cinco años-, el prestatario realizara algún tipo de pago de intereses y capital, ya fuese en forma de una renta en trabajo, ya fuere mediante el pago con otro tipo de producción agrícola (alimentos agrícolas) o con ganado; 2) el segundo tipo consistía en mantenerle al productor de café una línea de crédito abierta para cubrir gastos de producción; 3) la tercera vía era la compra anticipada de la producción o compra a la flor, lo cual implicaba ciertos riesgos, que el comerciante prestamista debía asumir, aunque casi siempre, éste tipo de préstamo se hacía mediante un contrato que se instrumentaba ante un Notario Público, y el prestamista contaba asimismo con el asesoramiento del letrado o abogado del pueblo, o con el apoyo político del Alcalde y de la guardia rural, que en el Puerto Rico de aquella época, tenía las funciones de "brazo importante de las autoridades municipales, disciplina a los trabajadores, amedrenta a los díscolos y garantiza el orden establecido en la ruralía".[11]
Durante el segundo cuarto del siglo XIX, imperaba una situación distinta a la descrita anteriormente, debido a que para ese momento histórico todos los préstamos que se obtenían para entonces se debían pagar al tiempo de la cosecha, casi siempre en especie, tomando en cuenta el precio del café en el pueblo del lugar de su producción, lo cual constituyó una práctica generalizada en toda la isla de Puerto Rico. Ello debido a que: "En una sociedad sin bancos, el comerciante era por necesidad prestamista. Tenía que proveer mercancías a crédito a sus clientes", razón por la cual el comerciante se encargaba de estar presente en todos los momentos de la producción, "financiaba la roturación de la tierra y mercadeaba el producto cosechado".[12]
Esclavitud tardía
Todavía en casi todo el tercer cuarto del siglo XIX en Puerto Rico se mantenía la esclavitud, institución social decadente que impedía el surgimiento de un mercado de trabajo libre y constituía un verdadero estanco para el crecimiento de las fuerzas económicas en toda la Isla. Estas atrasadas relaciones de producción se mantuvieron hasta 1873, y el peso específico de la esclavitud, aún no fuese determinante en el marco del conjunto de las relaciones de producción socialmente vigentes, constituía un freno para el ansiado progreso económico.
No fue sino en 1873 cuando se abolió legalmente la esclavitud, conjuntamente con el denominado régimen de la libreta. De acuerdo con el censo de 1870 Puerto Rico tenía 600,233 habitantes, y en 1877 contaba con 731,648 habitantes. En el año de la abolición de la esclavitud (1873) la población insular se puede estimar en aproximadamente 665,940 habitantes, suma que representa un promedio numérico de las poblaciones censadas para la Isla en 1870 y 1877.
El régimen de La Libreta
El Bando que estableció en 1838 el Reglamento de la Libreta fue derogado en 1839. Asimismo, el 11 de junio de 1849, Don Juan de Pezuela, Gobernador español, mediante un Reglamento especial de Jornaleros, ordenó que todos los varones, mayores de 16 y menores de 60 años, que no fueran dueños de cuatro o más cuerdas de terrenos o no tuvieran otra entrada de dinero, tenían que trabajar como jornaleros, a cambio de un salario o jornal.
Se estableció que debían tener y siempre portar consigo una Libreta o Pasaporte, y en este documento los hacendados y patronos debían hacer las correspondientes anotaciones relativas al tiempo trabajado y decir si el jornalero era cumplidor o no en el desempeño de sus funciones laborales. Una vez al mes, el Alcalde o sus representantes, debían hacer una revisión y examen de las libretas expedidas a los jornaleros. Si se encontraban quejas o el jornalero no había trabajado recibía un regaño o amonestación pública en la Asamblea Municipal, en calidad de amonestación, y se le advertía que si llegaba a acumular dos amonestaciones consecutivas, y posteriormente lo encontraban sin trabajar, se le enviaba a guardar a prisión a la cárcel pública de Puntilla del Mangle en San Juan,[13] que para esa época el gobierno tumbaba y rellenaba el terreno y necesitaba personal laboral no remunerado para realizar la obra.
La orden de 1849 obligaba al Jornalero a portar la Libreta y a residir en el pueblo de su lugar de empleo. El reglamento de Pezuela se eliminó en 1873 conjuntamente con la esclavitud, y en abril de 1874, un nuevo decreto del gobernador español Laureano Sanz reglamenta sobre la vagancia.
Las clases trabajadoras en el cultivo de café se hallaban literalmente "amarradas" a los hacendados, ya fuese por el sistema de las libretas, ya fuese porque el peón fuese deudor del hacendado. La Libreta consistía en un mecanismo legalizado e institucionalizado en la Isla desde el año de 1838 por disposición reglamentaria impuesta en toda la Isla por el Gobernador de turno, López de Baños -denominada oficialmente Bando de Policía y Buen Gobierno-, quién creó un Registro de Jornaleros, mediante el cual todos los jíbaros (campesinos) pobres, y los jornaleros sin tierra estaban obligados a inscribirse en los registros abiertos en los municipios correspondientes a los lugares de su residencia, y en caso de que no se registrasen, esta falta se consideraba un delito por omisión en el cumplimiento del reglamento, sancionado con la pena de reclusión en la cárcel de La Puntilla o cárcel de La Princesa en la isleta de San Juan, si no acreditaban para estar colocados como jornaleros en una hacienda. Este Bando o régimen laboral obligatorio fue derogado en 1839.
Asimismo, Don Juan de Pezuela, Gobernador español, mediante un reglamento especial de Jornaleros, ordenó el 11 de junio de 1849, que todos los varones, mayores de 16 y menores de 60 años, no propietarios de cuatro o más cuerdas de terrenos, o que no dispusieran de otra entrada de dinero, tenían que trabajar como jornaleros a cambio de un salario o jornal.
Por medio de la disposición de 1849 se estableció la obligación de que los jornaleros debían tener y siempre portar consigo una Libreta o Pasaporte, y en este documento los hacendados y patronos debían hacer las correspondientes anotaciones relativas al tiempo trabajado, y decir por escrito en el documento sí el jornalero cumplía o no sus obligaciones laborales.
En consecuencia, una vez al mes, el Alcalde o sus representantes, debían hacer una revisión y examen de las libretas. Si se encontraban quejas, o si el jornalero no había trabajado lo suficiente, según el criterio unilateral de la autoridad municipal o de los hacendados que lo habían empleado, se procedía a hacerle al trabajador una amonestación pública consistente en un regaño que recibía ante todos los miembros del Consejo o Asamblea Municipal, en calidad de amonestación, y, hecha la primera amonestación se le advertía que si llegaba a acumular dos regaños, y luego lo encontraban sin trabajar, se le enviaría a prisión, a la cárcel pública de La Puntilla del Mangle de San Juan, en donde para esa época el gobierno tumbaba la vegetación y los árboles de mayor tamaño, y rellenaba el terreno, por lo cual necesitaba personal laboral no remunerado para realizar la obra. La orden de 1849 no tan sólo obligaba al Jornalero a portar la Libreta, sino a residir en el pueblo de su lugar de empleo. Cinco años después del Grito de Lares el reglamento de Pezuela quedó eliminado (en 1873) conjuntamente con la esclavitud, sin embargo, en abril de 1874, un decreto del gobernador español Laureano Sanz reglamenta sobre la vagancia.
Las mujeres y la libreta
También las mujeres campesinas estaban sometidas al régimen de la libreta. El reglamento de Registro de 1838 del gobernador López de Baños establecía sobre éstas que si "vivían en sus bohíos, sin que se les conozca ocupación honrada de qué subsistir, serán también obligadas por la Autoridad a contratarse en una hacienda",[14] y por aplicación de la anterior disposición, las mujeres del campo de la isla fueron forzadas a trabajar tanto o más que los hombres, siendo empleadas en las labores de campo, o en los quehaceres domésticos de las tiendas y casas de los hacendados.

Otros mecanismos de explotación
Otra forma que se empleó para hacer el "amarre" fue ofrecerle al peón un poco de tierra en calidad de posesión temporal, para que en este cuadro de terreno, casi siempre próximo a la vivienda del hacendado, levantara un pequeño bohío.
Para que el amarre fuese más fuerte, el hacendado le hacía al peón pequeños préstamos personales, los cuales obligaban al "agregao" a permanecer casi perpetuamente al lado de su amo y señor. Los peones en esta situación se exponían a una triple explotación: 1) debían pagar al hacendado altos intereses usurarios por el préstamo que se les había otorgado, lo cual representaba una obligación financiera del peón ante su patrono; 2) al peón establecerse con su familia en las tierras de su amo, sí la tenía alojada en un bohío próximo a la vivienda del hacendado, éste periódicamente empleaba al trabajador o a su mujer, en distintos oficios u ocupaciones de su finca, es decir, en diversas labores fuera de su jornada obligatoria de trabajo en el cafetal, o usándolo como mandadero, o aprovechándose gratuitamente del trabajo de los hijos y de la mujer del agregado, que era empleaba casi siempre en los oficios domésticos de la vivienda del hacendado; y, 3) la explotación que afectaba al “agregao” en el desempeño de sus funciones de peón o jornalero, en sus rutinarias labores propias del trabajo de campo: podas regulares de los árboles, desyerbo, recolección de café, etc..

Uso de fichas y vales
Regularmente a los recolectores de café se les pagaba con fichas y vales, y en algunos casos, los propios hacendados recurrieron a la práctica de hacer ellos mismos, actuando por cuenta propia, emisiones de letras de cambio o fichas que hacían la función de unidades monetarias. Por ejemplo, el señor Jaime Iglesias y otros vecinos del municipio de Utuado recurrieron a éste ejercicio de emisión de letras de distintas denominaciones con determinado valor metálico, para ellos emplearlas en sustitución de las monedas. Por lo tanto, pretendieron darle a su emisión de fichas un valor de cambio universal en el ámbito de ese municipio. Aparentemente el señor Iglesias tenía un gran poder económico, y tenía fuertes palas[15] en la administración colonial española, y en el mismo municipio en que residía, lo cual se deduce del hecho de que el Alcalde de Utuado, don Marcelino Andino, una vez fue enterado por Iglesias y otros vecinos de la emisión de letras con valor en metálico, les pidió a los responsables de la emisión que le hicieran entrega de un ejemplar de cada una de las letras. Ya antes el Gobierno insular había dispuesto prohibir el uso de las fichas, por lo cual, el Alcalde, enterado de la emisión decide enviar, por el conducto oficial, las muestras de las fichas a la gobernación general para obtener el parecer del Gobierno Central. Y a tales fines, le fue remitida al jefe del municipio una circular por medio de la cual se ordenaba la prohibición de las letras de cambio o fichas que se habían emitido. El Alcalde don Marcelino Andino así se lo comunicó, por medio de un oficio de fecha 19 de diciembre de 1884, al señor Iglesias, informándole que:
Pero para á fin de que V.E. tenga conocimiento ocular de dichas letras, y se cerciore que esas no representan valor determinado, hice entrega de un ejemplar de cada una para que V.E. le releve de la obligación de inutilizarlas, toda vez que no determinan valor, y poder en ese caso utilizarlas en la finca particular para con el peonaje (sic.), no como moneda circulante y si como vales al portador en defecto de órdenes escritas.”[16]
Iglesias reaccionó de inmediato, todo parece indicar que se fue a San Juan, la capital de la colonia, e hizo allí sus gestiones ante la burocracia para desarticular la prohibición, aunque infructuosamente. De regreso al pueblo trajo consigo una comunicación de la Secretaría del Gobierno General de la Isla de Puerto Rico, con la referencia Negociado 60, Número 1530, la cual estaba dirigida al Alcalde de Utuado, y la misma fue recibida en dicha alcaldía el 28 de diciembre de 1884, y asentada en el Registro de referencia de V.E. bajo el número 455. Esta comunicación se refería a las fichas que sin valor metálico expidiera don Jaime Iglesias, y se le dice al Alcalde que el señor Iglesias podía usar las fichas para hacer el pago del peonaje de su hacienda cafetalera. Textualmente la comunicación dice:

El Excmo. Sor. Gobernador General a decidido a bien resolver que puede el sr. Iglesias utilizar las indicadas fichas dentro de su referida hacienda y caso de que fuera de ella lleguen a circular proceda en alcaldía desde luego a recogerlas dando cuenta a este gobierno para lo que haya lugar.
Lo que de orden de V.E. [vuestra excelencia] digo a U. [Usted] para su conocimiento y efectos consiguientes
.”[17]
La comunicación anterior la firmaba el Secretario de la gobernación, el señor Cardiseti.
Por lo tanto, fue una práctica común el uso de las fichas o vales para pagar el trabajo de los peones, jornaleros o agregados, y su salario diario dependía de la cantidad de café recolectado. La medida de capacidad universalmente conocida en la sierra puertorriqueña era el Almud, equivalente a una lata grande de galletas llena del grano, limpio de hojas y otros desperdicios sólidos. Un Almud se pagaba a $0.14 centavos, y en una jornada de 10 a 12 horas de trabajo diario, el jornalero podía llenar cinco o seis almudes, por lo cual, su salario diario dependía de la destreza del jornalero en el proceso de recolección. Los más diestros en el oficio devengaban un sueldo de $0.84 centavos por día. Otros trabajos y actividades se pagaban a $0.25 centavos por día y demandaban de una extensa jornada laboral.
El costo de la vida en la hacienda
Con los reducidos ingresos percibidos por los agregados y las agregadas, había que subsistir en medio de la vorágine de la hacienda cafetalera y su entorno. En la población de Lares, en 1860, los precios de los productos de primera necesidad[18] en las tiendas de raya eran los siguientes:

Cuadro No. 3
Precios de productos de primera necesidad en 1860
PRODUCTOS DE PRIMERA NECESIDAD PRECIO POR LIBRA
Arroz descascarado $0.10
Azúcar mascabado $0.05
Bacalao $0.08
Tasajo argentino $0.07
Manteca de Estados Unidos $0.24
TOTAL: $0.54

Los precios de los artículos de primera necesidad eran los siguientes en 1864.
Cuadro No. 4
Precios de los artículos de primera necesidad en 1864

Artículo Precio por libra
Arroz $0.10
Azúcar $0.05
Bacalao $0.08
Tasajo de Argentina $0.07
Manteca $0.24
Chocolate $0.20
Total: $0.74
Con un ingreso promedio diario de unos $0.55 centavos, o menos, los jornaleros debían hacer frente a los apremios cotidianos de la alimentación de su familia, muchas veces numerosas. Carroll informa que a fines del siglo el salario de un jornalero oscilaba entre $0.35 a $0.50 centavos por día, y que por lo regular el trabajador y su familia hacían una sola comida diaria, casi siempre consistente en una dieta básica de arroz, manteca, bacalao y habichuelas.
La muerte y los peones del café
El sacerdote jesuita e investigador Fernando Picó,[19] escogió una muestra al azar de las defunciones ocurridas en Utuado durante los primeros tres días del mes de julio del año 1882, e hizo un registro de las causas de estas defunciones, estableciendo que de siete defunciones registradas, una fue la de un labrador con más 60 años a causa de la fiebre amarilla; Otra fue la de una niña con menos de un año, a causa del tétanos; y cinco de los difuntos eran jornaleros, y murieron a causa de anemia, quienes tenían una edad promedio de 35 años. La anemia estaba determinada por la excesiva frugalidad de la comida del jíbaro jornalero, determinada por los bajos niveles saláriales existentes para entonces. La carne era un artículo completamente extraño a la dieta de los agregados y sus familias. De 1850 a 1890 imperan en el campo puertorriqueño unas condiciones de vida horribles, el hambre y la muerte estuvieron por doquier, y la población trabajadora, esclava y libre, vivía en medio de la pobreza extrema. Eran tiempos de profunda miseria material.

La hacienda y los niños
La población infantil también era explotada por los estancieros cañeros y los hacendados del café. El niño jornalero trabajaba con sus padres en la recolección cafetalera, y por lo regular no asistía a la escuela. Permanecían siempre descalzos y desnudos, y vivían en completo hacinamiento en los bohíos hechos con retazos de maderas, techados de yaguas y con pisos de tierra. Sus padres buscaban mejorar su existencia por la vía del padrinazgo y de las lealtades primordiales. El jornalero y el campesino pequeño propietario entendían que conseguir un padrino rico podía constituirse en un mecanismo de ascenso o movilidad social, y le podía asegurar al agregadito un apoyo económico futuro. En 1887 menos del 20 por ciento de la población insular estaba alfabetizada, por lo tanto, más del 80 por ciento de la población de Puerto Rico no sabía leer ni escribir, y a fines de siglo, en 1890, "más de la mitad de los niños bautizados habían nacido fuera de matrimonio".[20]

Los "correcostas" y la familia campesina

Avanzado el siglo XIX, los jornaleros se convirtieron en "correcostas", trabajando de manera alterna en la costa y en la cordillera. Vivían del cañaveral al cafetal, y así eran sus vidas, un día dulce como la caña, y muchos otros días amargos como el café. Otros cultivadores de café, por lo regular con mediana y pequeña propiedad rural, dependían para realizar las labores agrícolas de la fuerza de trabajo familiar. Constituían la familia campesina típica, en la cual la división del trabajo se establecía sobre la base de la manera natural. La división natural del trabajo es la que toma en cuenta el sexo y la edad de los miembros del grupo familiar extendido. En este tipo de unidad de producción cafetalera que dependía del trabajo familiar, necesariamente el fundo quedaba dividido en parcelas, las cuales se destinaban a producir distintos bienes agrícolas que eran imprescindibles para el sostenimiento de sus miembros. Los padres les asignaban a los hijos mayores sus parcelas en el fundo familiar para evitar perder fuerza de trabajo gratuita. También, para evitar que la descendencia abandonara el fundo paterno, en algunos casos, se ofrecían a los hijos otros estímulos pecuniarios, en forma de regalos, y las bodas de las hijas e hijos se retrasaban lo más posible. Lo importante era mantener a la familia unida alrededor de la producción. Esto ocurría porque cuando un
“...terrateniente, pequeño o mediano, que decide intensificar su cultivo de café puede acudir a reclutar mano de obra suplementaria. Sin embargo, el pequeño terrateniente por lo general no puede competir con el hacendado para contratar su mano de obra en temporadas de cosecha, y puede inclusive perder la que tiene, ante ofertas más ventajosas del gran propietario”.[21]
Se sabe que tanto Puerto Rico como Cuba son obligados a partir de 1865 a pagar los intereses de la Deuda Pública de España, para lo cual el Gobierno Central de la Isla tomaba préstamos a los ayuntamientos (de $12,000.00 a $50,000.00 pesos mensuales); en julio de 1865 el Gobierno tomó al municipio de San Juan la suma de $103.000.00 pesos reservados para un acueducto para la ciudad. Los impuestos que afectaban a los habitantes de la Isla eran de tres tipos: estatales, municipales y eclesiásticos. En 1865 las contribuciones al fisco ascendieron a la suma de $900,000.00, de los cuales, $300,000.00 fueron aportados por los jornaleros y $600,000.00 por los propietarios.
Referencias y notas:

[1] Fernando Picó: Amargo café (los pequeños y medianos caficultores de Utuado en la segunda mitad del siglo XIX). Ediciones Huracán, Río Piedras, Puerto Rico, 1981. 1ª. Edición,
[2] Fernando Picó: Al Filo del Poder, Subalternos y dominantes en Puerto Rico, 1739-1910. Editorial de la Universidad de Puerto Rico, Río Piedras, 1993, P. 69.
[3] Fernando Picó:1898: La guerra después de la guerra. Ediciones Huracán, Río Piedras, P.R., 1987, p. 12.
[4] Picó, Fernando: Cafetal adentro. Una historia de los trabajadores agrícolas en el Puerto Rico del siglo 19. Revista El Sol, Órgano oficial de la Asociación de Maestros de Puerto Rico. Año XXX, núm. 1, 1986, P. 23.
[5] Ibídem, P. 11.
[6] Ibídem, P. 10.
[7] Ver: Fernando Picó: 1898: La guerra después de la guerra. Ediciones Huracán, Río Piedras, P.R., 1987, P. 29.
[8] Fernando Picó: Amargo café (los pequeños y medianos caficultores de Utuado en la segunda mitad del siglo XIX). Ediciones Huracán, Río Piedras, Puerto Rico, 1981. 1ª. Edición, P. 65.
[9] Fernando Picó: Ibidem, P. 26.
[10] En la costa los comerciantes refaccionaban a los estancieros cañeros. Allí "...la refacción implicaba una relación de mayor estabilidad que la refacción anual de los dueños de cañaverales, [aunque la refacción del café] implicaba cierta estabilidad en la relación prestamista-terrateniente, que le permitía la primero disfrutar el mercadeo del café cosechado y que le garantizaba al segundo el constante crédito que necesitaba". En: Picó: 1981, PP. 75-6.
[11] Fernando Picó: Amargo café (los pequeños y medianos caficultores de Utuado en la segunda mitad del siglo XIX). Ediciones Huracán, Río Piedras, Puerto Rico, 1981. 1ª. Edición, P. 31.
[12] Fernando Picó: Amargo café (los pequeños y medianos caficultores de Utuado en la segunda mitad del siglo XIX). Ediciones Huracán, Río Piedras, Puerto Rico, 1981. 1ª. Edición. P. 75.
[13] Esta cárcel se conoció posteriormente como La Princesa, y actualmente su edificio aloja las oficinas de la Compañía de Turismo de Puerto Rico. Sirvió de prisión a los nacionalistas puertorriqueños que participaron en las luchas políticas durante el siglo XX, y en ella fueron encarcelados cientos de jóvenes que se negaron a ir a Vietnam con el ejército de Estados Unidos, en los años 60 y 70 (Nota de Francisco Berroa).
[14] En: Fernando Picó: Cafetal adentro. Una historia de los trabajadores agrícolas en el Puerto Rico del siglo 19. Revista El Sol, Órgano oficial de la Asociación de Maestros de Puerto Rico. Año XXX, núm. 1, 1986, P. 11.
[15] Esa palabra significa “Cuñas” para los dominicanos (Nota de Francisco Berroa).
[16] AGPR, Fondo: Documentos Municipales, Serie Utuado, Sub-serie: Moneda, esclavos, requisitorias, juntas varias y orden público. Años.1836-1885. Caja número 13: "Expediente con motivo de una circular del gobierno prohibiendo la circulación de letras en determinado valor metálico."
[17] AGPR, Fondo: Documentos Municipales, Serie Utuado, Sub-serie: Moneda, esclavos, requisitorias, juntas varias y orden público. Años.1836-1885. Caja número 13: "Expediente con motivo de una circular del gobierno prohibiendo la circulación de letras en determinado valor metálico."
[18] Fuente: Idem.
[19] Fernando Picó: Amargo café (los pequeños y medianos caficultores de Utuado en la segunda mitad del siglo XIX). Ediciones Huracán, Río Piedras, Puerto Rico, 1981. 1ª. Edición,
[20] Picó: Cafetal adentro. Una historia de los trabajadores agrícolas en el Puerto Rico del siglo 19. Revista El Sol, Órgano oficial de la Asociación de Maestros de Puerto Rico. Año XXX, núm. 1, 1986, P. 5.
[21] Fernando Picó: 1981, P. 92.