Wednesday, October 17, 2012

Comentarios sobre la obra del doctor Hugo Tolentino Dipp titulada “Raza e Historia en Santo Domingo”

NOTIHISTORIADOMINICANA



Por: Francisco Berroa Ubiera



La obra del historiador, jurista, académico y político doctor Hugo Tolentino Dipp titulada: “Raza e historia en Santo Domingo”, constituye un interesante estudio de tipo histórico sobre el origen del prejuicio racial en la sociedad colonial vinculado al problema social.
Como muy bien explica el antiguo Rector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) en la parte introductoria de su obra: “La estigmatización y discriminación de la raza india y negra tiene su raíz histórica en el colonialismo…”[1], y por lo tanto, es a su juicio, la ideología del colonialismo español vinculado a las concepciones de los teólogos, colonos e intelectuales lo que permite elaborar una concepción de tipo racista.
Los españoles justificaron la esclavitud del indio en determinados principios morales.  Para ellos, el indio era partidario de la idolatría, de la herejía, del canibalismo, y es considerado hasta sodomita, vago, pendenciero, etc., por todo lo cual en su contra se justifica la esclavitud sobre la base de criterios extraídos de la religión.
Por lo tanto, el derecho divino se hace el instrumento de opresión: la justa guerra se fundamenta en los justos títulos obtenidos por las bulas de donación del Papa Rodrigo Borgia, Alejandro VI, y en otros casos el motivo se hallaba en las causas siguientes: causa licita, autoridad legítima, recta intención y justa manera de hacerla, ello así para ocultar los verdaderos fines perseguidos por los conquistadores: sed de oro y la necesidad de enviar esclavos a España para ser vendidos.
En fin, al indio lo consideran “cosa”, “bruta animalia” por mandato de las leyes consideradas “divinas”, y en franca negación y oposición radical a los principios de la Jus Naturalis, por lo cual, debían ser considerados hombres como los demás.
El Autor analiza por medio de un interesante recuento histórico el tránsito de los sistemas de explotación usados para explotar originalmente a los indígenas de La Española, estos fueron: la Factoría Colombina y sus diversas modalidades de aplicación (1492-1499); los Repartimientos de tierras e indios (1499-1503); y las Encomiendas de tierras e indios impuestas durante el régimen ovandino en el periodo comprendido entre 1503 a 1504, en fin, se estableció en Santo Domingo un régimen de tipo esclavista, acompañados en el plano ideológico de los elementos justificativos de tales métodos.
En su preocupación de documentar con ampulosidad sus argumentos, el doctor Hugo Tolentino asume la postura del historiador social identificado con la escuela francesa de los Annales, aunque denota una importante y decisiva influencia en su pensamiento de las ideas marxistas y del materialismo histórico y dialéctico.  Aunque hay momentos en los cuales aborda su problemática desde el punto de vista de un verdadero antropólogo social, otras veces recurrirá a la etnohistoria, aunque su estudio se enmarca también en el contexto de la ciencia jurídica al realizar el análisis del origen y evolución del derecho indiano, así como las causas de su génesis: el sermón del padre Montesinos, la defensa del indio hecha por los padres dominicos, las denuncias del padre Las Casas, etc., hasta su consagración inicial y posterior desarrollo: Leyes de Burgos, Leyes de Valladolid, Requerimiento Indiano, etc.
Tolentino, colocado en la pose de un humanista temporalmente ubicado en el siglo XX, trata de justificar en su obra, lográndolo muy bien, las causas reales de la esclavitud del indio y del africano, aunque notablemente influenciado por un humanismo clásico propio del siglo XVI, por lo cual recurre reiteradamente a citar la obra del defensor de los indios por antonomasia: el padre Bartolomé de Las Casas.
Partiendo del análisis de las concepciones de Aristóteles y de la jurisprudencia racista del siglo XVI, Tolentino rastrea la idea del prejuicio racial en la explotación que el colono imponía al indio[2] y ratifica: “La finalidad del colonizador era ratificar la idea de la incapacidad natural de los indios para vivir en libertad a fin de poder mantenerlos en su condición de explotados serviles”.[3] Así, durante todo el siglo XVI el debate sobre la naturaleza del indio preocupara a los teólogos españoles, y en fin, a toda Europa. Como afirma Leví-Strauss: “América coloco a la humanidad en su primer caso de conciencia”.[4]
Destaca don Hugo Tolentino la polémica entre Las Casas y Sepúlveda, y otras similares, para concluir en esta afirmación: “El prejuicio racial frente a los indios estableció, de manera tajante, una vinculación estrecha entre los fenómenos biológicos y la actividad social del hombre.  El racismo introdujo, subrepticiamente, en el caso de los fenómenos sociales los problemas biológicos como causalidad histórica eficiente y principalísima”.[5]
Son las diferencias de tipo racial las bases del racismo visto como una ideología de la explotación.  Por eso, “Este tipo de representación, de conciencia social racista, que creaba el colonizador, haría fortuna entre quienes estructuraban la base esclavista de la explotación de los indios”.[6]
En el segundo capítulo de su interesante obra el doctor Hugo Tolentino analiza el problema de la “Limpieza de sangre”.  Esta tesis, surgida originalmente en España y motivada por cuestiones religiosas, en tanto se le negaba al judío converso su entrega absoluta al credo religioso aceptado por él en el momento del bautizo a la fe católica, pero, con la aparición en América del mestizo, primero, y del mulato, después, se dio vigencia, en el Nuevo Mundo, al prejuicio de la limpieza de sangre, así como a la probanza del tal higiene intravenosa.  Como lo dice el Autor: “Pero limpieza no sería sinónimo de pureza religiosa, sino racial.  Ni en el mestizo ni en los descendientes de negros se busco establecer la prueba de la ascendencia de herejes sino de razas inferiores”.[7]
 Sobre el problema de la miscegenación hispano-indígena, con el surgimiento del tipo mestizo, Tolentino atribuye su aparición “a la falta de mujeres europeas”[8]., y destaca que este proceso de miscegenación quedo formalmente iniciado el 25 de diciembre de 1492 a ser fundado por Colón el fuerte de La Navidad, “prólogo de una corriente sexual entre el español y la india sólo detenida con la desaparición física de ésta”, [9] ya que ni siquiera Ovando, quien se opuso radical y represivamente al concubinato de españoles con las mujeres nativas, fue capaz de detener el proceso de mescolanza inter-étnica en la isla de Santo Domingo.
Tolentino pone de manifiesto el papel desempeñado por el gobernador Don Nicolás de Ovando, primero, y luego por Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés para conjurar la relación que fue más común entre los españoles residentes en la colonia a principios del siglo XVI: la relación con las indias.
Por ello el prejuicio se justifica en la supuesta inferioridad, en la supuesta fealdad, o en la supuesta incapacidad de la mujer indígena frente a la europea.
Reducida la población de la Isla de un total de no se sabe cuántos indios, aunque algunas fuentes señalan que eran más de siete millones en 1492, el censo de Alburquerque revelo la sola existencia de unos 25,303 indios.  Dada la baja demografía, para mantener la producción colonial se importaron indígenas de las pequeñas Antillas y de las Bahamas, primero, y luego se inicia el tráfico de esclavos africanos que no se detuvo sino hasta la segunda mitad del siglo XIX.
El exterminio masivo de los indios de la Isla, acaecido en la segunda mitad del siglo XVI, fue un factor que decidió la posterior desaparición del mestizaje, los cuales, según carta de Francisco de Barrionuevo al emperador Carlos V de fecha 22 de agosto de 1533 decía que: “Aquí hay muchos mestizos de hijos de españoles e indias que generalmente nacen en estancias y despoblados”, expresando de inmediato sus innumerables prejuicios en contra de estos.
El Autor aborda en otro capítulo el problema de la esclavitud del africano, y afirma al respecto: “El negro por su parte, conocería una ruda explotación en el seno de las plantaciones azucareras (1515-1580)”, y explica las causas de tal trafico: la introducción masiva de esclavos negros a partir del fracaso del modelo minero planteo el problema de la esclavitud en términos diferentes en cuanto al nuevo depositario de la explotación: el africano.
La industria azucarera se desarrolla a partir de 1515 y como la nueva actividad productiva demandaba fuerza laboral esclava, ¿Quién mejor que el negro africano?
El descenso de la población aborigen y la necesidad de fuerza laboral obligan a la importación masiva de esclavos.  Por ello, se pone de moda el archiconocido negocio del viaje triangular, es decir, la importación masiva de esclavos africanos con destino al Nuevo Mundo, por lo cual, para tales fines serán otorgadas infinitas licencias para realizar dicho tráfico, recurriéndose simultáneamente a los contratos y convenios diversos con los portugueses a fin de incrementar el trafico esclavista o trata negrera.
El historiador aborda asimismo el asunto de la Leyenda Negra por medio de la cual le fue atribuido al padre Las Casas un alto y casi absoluto grado de responsabilidad en la esclavización masiva de los africanos en América en su interés de supuestamente librar a los nativos de la terrible explotación a que fueron sometidos, señalando de paso a los verdaderos responsables de tal comercio. Primero el rey hispano Fernando El Católico, quien tras la muerte de Isabel en 1504 hizo pronunciado acto de desenfreno para profundizar la esclavitud del negro en nuestro continente, y en segundo lugar, por la responsabilidad compartida de los miembros de la nobleza cortesana, el alto clero, los funcionarios coloniales, y los propios colonos y conquistadores.
A quienes en esta época tratan de explicar la esclavitud del negro sobre la base de planteamientos de tipo moral, como ocurre con los historiadores norteamericanos Frank Tannembaum y A. Elkins, quienes buscaron justificar la esclavitud en cuestiones morales y no en sus verdaderos soportes materiales: la economía, la política y la estructura social de las sociedades coloniales americanas, destacando que la esclavitud del africano corrió paralela al desarrollo del capitalismo a escala mundial, constituyendo un factor determinante en los procesos de acumulación originaria verificados para aquellos años en el Nuevo Mundo.
Sobre la demografía colonial, sostiene que en la segunda mitad del siglo XVI la Isla contaba con apenas unos 8,000 esclavos africanos, consideración que asume el Autor con una gran fuerza de afirmación y de convicción personal pero sin ofrecer argumentos verdaderamente consistentes, demostrables y comprobables con estadísticas censales.  Para justificar su opinión aporta como única cifra el censo de población realizado por don Antonio de Osorio en 1606 el cual da a conocer una población de 9,648 habitantes.
En cuanto a los prejuicios en contra del negro, los cuales se intentan justificar en su color en inferioridad, Tolentino nos afirma: “El pluralismo cultural que encarnaban blancos y negros alcanzó así una valoración racial cuyo origen se encontraba en la necesidad que sintió el explotador de explicar la violencia de la esclavitud”.[10]
Toca asimismo el Autor el problema de la resistencia de los esclavos africanos, y en este sentido hace una apretada síntesis explicativa de las más importantes luchas de los rebeldes cimarrones: la rebelión del ingenio La Isabela de Diego Colon o rebelión de Los Negros Gelofes (22 de diciembre de 1522), siendo los rebeldes posteriormente perseguidos y masacrados; las cimarronadas, rebeliones ocurridas en toda la Isla a partir de los años veinte del siglo XVI, fruto de las cuales sale fortalecido el prejuicio en contra de los negros, pero este prejuicio, sobre todo contra los denominados ladinos, se fue agigantando, y al esclavo que habla castellano por haber estado residiendo en la Península antes de viajar al Nuevo Mundo, se le ha de considerar “ingrato, de malas costumbres y bellaco”, en cambio al bozal, es decir, al esclavo que no habla castellano y llega desde África se le ha de considerar como un buen esclavo, “la bestia absoluta, considerada mansa y buena”.[11]
Esta visión de los colonos hacia los ladinos y bozales solo expresa una profundización del prejuicio racial en contra del negro.  Se entendía que el ladino “disfrutaba de las tradiciones, de los “mores”, las costumbres y las leyes españolas referentes a la esclavitud”.[12]  Prejuiciado, sin familia, desvinculado de su medio geográfico y de su organización socio-cultural, desarraigado de su medio histórico, ultrajado en su humanidad, al negro se le explota con avaricia, y si escapa se le castiga, y contra el surgen diversas prohibiciones: no pueden viajar, no pueden usar prendas, son verdaderos animales para el “vecino español”, y cuando se envalentonaba y hacia su escape de cimarrón, “solo en la lejanía del palenque el Negro no sufría de manera discreta la opresión y el prejuicio sociales, pero tampoco escapaba de ellos”[13], ello así porque “la conciencia de ser pobre y negro vino a ser sinónimo de causalidad histórica.  Del negro se quiso hacer, por sus peculiaridades raciales, el explotado eterno”.[14]  Este prejuicio racial tuvo dos fines específicos: privar al negro de toda idea de identidad propia, y hacer del amo blanco la expresión dignificada y superior del género humano a fin de establecer las bases de una desigualdad frente al negro, por lo cual, con el prejuicio racial se pretendía imponer al negro una personalidad sumisa y la aceptación de la sujeción en que se encontraba viviendo como algo inherente a su carácter racial, de donde se desprende la creación del mito de la inferioridad racial, la cual se halla expresada en el cancionero popular en coplas como esta:
Yo no me caso con negro
Por no caer en desgracia,
Y tener en pleno día
La noche oscura en mi casa.[15]

O esta otra
¡Ay, el blanco huele a rosa,
Y el indio huele a tabaco,
Pero los malditos negros…
A berrenchín de chivato.[16]

He aquí el resultado, un prejuicio que se mantiene vivo en la mentalidad del dominicano de hoy.
El esclavo negro o el cimarrón fueron objeto del trato prejuiciado durante siglos.  El cimarronaje se castigo de forma sumamente violenta.  El rebelde se marcaba: se le cortaba la oreja, un pie, los dedos de ambos pies, era ocasionalmente hechizado, etc.…, y en algunos casos le cortaban hasta los genitales, sin embargo, esta ultima practica quedo eliminada porque tal castigo afectaba la reproducción de la especie, lo cual significaba una afectación a los propietarios y a todo el sistema establecido.
Los prejuicios de la colonia continuaron en la República, y la mejor manera de constatarlo y evidenciarlo es el estudio de la poesía popular de Las Antillas.  Veamos estos versos de don Manuel del Cabral:

Negro Manso

Negro Manso
Ni siquiera tienes la inutilidad
De los charcos del cielo.

Sólo
Con tu sonrisa rebelde
Sobre tu dolor,
Como un lirio valiente que crece
Sobre la tierra del pantano.

Sin Embargo,
Negro manso,
Negro quieto:
Hoy la voz de la tierra te sale por los ojos,
(Tus ojos que hacen ruido cuando sufren).



[1] Tolentino, Hugo.  Raza e historia en Santo Domingo, editora UASD, Santo Domingo, 1974.
[2] Tolentino, 1974, P. 40.
[3] Tolentino, 1974, P. 42.
[4] Leví-Strauss, 1975, P. 18.
[5] Tolentino, 1974, P. 52.
[6] Tolentino, 1974, P. 51.
[7] Tolentino, 1974, P. 71.
[8] Tolentino, 1974, P. 72.
[9] Tolentino, 1974, P. 75.
[10] Tolentino, 1974, P. 187.
[11] Tolentino, 1974, P. 179
[12] Ibídem, P. 181.
[13] Ibídem, P. 191.
[14] Ibídem, P. 195.
[15] De Nolasco, Flérida. Santo Domingo en el Folklore universal.  Ciudad Trujillo, 1956, PP. 304.
[16] De Nolasco, Flérida. Santo Domingo en el Folklore universal.  Ciudad Trujillo, 1956, PP. 183.