Más apuntes sobre La España Boba y sus caudillos
(La verdad histórica no tiene fecha: Rectificar es de sabios)
Autor: Francisco Berroa Ubiera
Dedicatoria: Al maestro, Doctor Ricardo E. Alegría, arqueólogo, etnógrafo, humanista y polígrafo puertorriqueño, en quien el nacionalismo asume la forma de universalismo.
"A los tradicionalistas convendría recordarles lo que tantas veces se ha dicho contra ellos :
Primero: que la historia es como el tiempo, irreversible, no hay manera de restaurar lo pasado.
Segundo: Que si hay algo en la historia fuera de tiempo, valores eternos, es eso que no ha pasado.
Tercero: Que si aquellos polvos trajeron estos lodos, no se puede condenar el presente y absolver el pasado.
Cuarto: Que si tornásemos a aquellos polvos, volveríamos a estos lodos.
Quinto: Que todo reaccionarismo consecuente termina en la caverna o en una edad de oro, en la cual sólo, y a medias, creía Juan Jacobo Rosseau".
Antonio Machado, en "Prosas".
I. La verdad histórica no tiene fecha: Rectificar es propio de sabios.
A) Una aclaración necesaria. Con la decisión de publicar el artículo: "Apuntes en torno a Ciriaco Ramírez", en la Revista Ecos, Año VI, 1999, No. 7, confieso que no primó en nuestro animo provocar una polémica en torno su contenido, sino el de ampliar los horizontes cognitivos sobre este personaje histórico, dilucidando sus aportes y enfocando la distorsión que se reproduce y fomenta desde hace muchos años con relación a éste famoso actor histórico al vincularlo a la llamada "Revolución de los Italianos".
Es oportuno aclarar que este artículo se escribió en 1999, sin embargo no pudo ser publicado por los antiguos miembros del selecto “Consejo editorial” de la revista Ecos, posiblemente porque su texto hacía alusión al académico Emilio Cordero Michel, doctor en derecho y profesor de historia dominicana que formaba parte del mencionado “Consejo” hasta su reciente renuncia debido a sus múltiples ocupaciones en la Academia de la Historia.
En su significación griega original el término historia es sinónimo de indagación, y es a partir de este concepto que nos adherimos a creer en la fecundidad del trabajo y en la investigación. Es a partir de esa consideración que intentamos abordar la historia, con expectativas centrales más en la indagación que en la discusión y la polémica. Estas últimas casi siempre son estériles, infecundas, pues distraen al polemista de sus labores habituales. Así lo expresa Pablo Lafargue al considerar que: "Sólo la acción es fecunda en el mundo material e intelectual. En el principio fue la acción".[1]
También está claro que preferimos investigar en fuentes primarias, antes que repetir lo que alguien alguna vez, usando fuentes de segunda o tercera mano dijo sobre un tercero, o sobre algo.
Estoy convencido que en nuestro medio existe una tendencia marcada a sacralizar cierta historiografía y a beatificar ciertos historiadores, que son convertidos en "vacas sagradas", y sus opiniones tienen que ser aceptadas como verdaderos actos de fe, tal y como Stalin enseñaba el materialismo histórico en las academias de la ex-U.R.S.S., desconociendo quizá que en nuestra época: "La crítica ha dejado de ser fútil para convertirse en fecunda, sólo cuando viene después de la experiencia, la que mejor que los más sutiles razonamientos, hace sentir las imperfecciones y enseña a corregirlos".[2]
Uno de nuestros historiadores, don Juan Isidro Jiménez Grullón, escribió hace mucho tiempo que: "La nueva corriente [historiográfica] busca la verdad y niega que la ciencia de la historia pueda circunscribirse a simple "reconstrucción" de los hechos pretéritos en base a documentos, y a los aportes de la arqueología y de otras ciencias".[3] Su opinión era en gran medida parcialmente errónea, e influenciada por la ideología de las autoridades del marxismo, porque si bien es cierto que la historia no la hace el documento ni la evidencia arqueológica, tampoco en historia se puede recurrir a la ficción o a la falsificación, y corriendo el riesgo de ser catalogado de positivista y de documentalista -calificativos que no incomodan-, recurriendo a lo obvio se debe reconocer que nuestra historia colonial del siglo pasado se nutre de unas fuentes esencialmente documentales, y por tal razón, coincidimos en línea de máxima con la opinión de Frank Moya Pons sobre los historiadores calificados por él de "Marxistas postrujillistas", de quienes afirma que se caracterizan por el: "Descuido de las fuentes frente al profundo respeto por las autoridades, singularmente por las autoridades del marxismo".[4]
No obstante la evidencia de un criterio muy general en el conspicuo historiador, vale considerar que entre esos "marxistas postrujillistas" se encuentran verdaderos maestros de la erudición historiográfica dominicana, verbigracia: Roberto Cassá, pero positivamente, en algunos casos el descuido de las fuentes es un mal general entre muchos de los exponentes de la corriente de la "negritud" y del "haitianismo", como los aprecia Moya Pons.
Por lo tanto, el pensamiento es convergente con Marx en función del siguiente principio: "En las ciencias no hay calzadas reales, y quien aspira a elevar sus luminosas cumbres debe hacerlo por senderos escabrosos y difíciles". Lamentablemente sus supuestos "seguidores y partidarios" son los que menos entienden el significado de esas palabras, porque muchos de ellos se encuentran aún mortalmente afectados por el "brain wash" de los manuales divulgados por Stalin en la antigua U.R.S.S.
Lamentablemente todavía algunos de nuestros historiadores están aferrados a la noción de las "leyes históricas", y se fundamentan en Marx y en las autoridades del marxismo. Sobre el uso de leyes en las ciencias sociales, sabemos que desde el siglo XVIII se ha tratado de vincular tres conceptos: ley, ciencia e historia.
Más aún: en los siglos XVIII y XIX se creyó que "la tarea del científico consiste en descubrir y establecer más leyes de esta clase mediante un proceso inductivo, a partir de los datos observados".[5] Fue para esta época que en economía política se formuló la denominada Ley de Gresham, también aparecieron las Leyes del Mercado de Adam Smith, las Leyes de Comercio de Burke, la Ley de población de Malthus, la Ley Férrea de los salarios de Lasalle, y las Leyes económicas de la sociedad de Carlos Marx, entre otras, llegándose a creer que las supuestas Leyes del materialismo histórico y dialéctico eran las rectoras de toda la vida social y económica. Nada más burdo porque:
"Al encadenar todos los acontecimientos humanos a una ley fija o proceso mecánico terrestre, el objetivo primordial de la búsqueda, es decir, el dominio que la humanidad pueda ejercer sobre los sucesos y acciones humanas, pierde su completo sentido. Si la humanidad descubriese alguna ley gobernadora de todo su devenir histórico, quedaría presa en la red de su propio destino y sería impotente para modificarlo. Lo pasado, lo presente y lo futuro se revelarían como algo rígido y fuera del alcance de la elección y voluntad humanas. Hombres y mujeres quedarían sujetos a sus destinos como las estrellas a sus órbitas y los mares a sus flujos y reflujos".[6]
Creo, como Carr, que:
"Aprender de la historia no es nunca un proceso en una sola dirección. Aprender acerca del presente a la luz del pasado quiere también decir aprender del pasado a la luz del presente. La función de la historia es la de estimular una más profunda comprensión tanto del pasado como del presente, por su comparación recíproca".[7]
Y por lo tanto, la verdadera labor de la historia radica en: "Hacer que el hombre pueda comprender la sociedad del pasado, e incrementar su dominio de la sociedad del presente, tal es la doble función de la historia".[8]
B) Cómo escribo historia. Ahora bien, para escribir historia no hay ritual cabalístico ni formulas sacrosantas o escatológicas, sino técnicas y ciertos requisitos especiales de tipo cultural -aunque no son imprescindibles-. Propugnamos que tan sólo hace falta cierto dominio del lenguaje que permita escribir diciendo mucho con pocas palabras de forma clara y precisa, aunque el historiador debe estar iluminado por la honradez y la sindéresis. En este tenor es indispensable tener cierta preparación intelectual, fruto de la capacidad para leer e investigar en las fuentes de esta ciencia social.
La honradez no admite regateos, es una condición “sine qua nom”, sin la cual es imposible la genuina investigación histórica, porque el historiador no es el novelista, ni se dedica a la ficción: los hechos históricos no se inventan. Aún así, la imaginación es vital; decía Machado que se miente por falta de fantasía y que la verdad también se inventa.
Quien carezca de imaginación podrá ser compilador de hechos, buen analítico, guía seguro para recorrer los rincones del pasado desde la cómoda posición de una cátedra, pero nunca, jamás, podrá recrear el pasado, ni hacer que el pasado dialogue con el presente, ni hacer que los temas por él abordados penetren en la mente del lector enriqueciéndola.
Retomando la sindéresis o sentido común, como capacidad que nos permite evaluar y juzgar con rectitud, y hacer galas de moderación, equilibrio en el análisis; buen juicio, inteligencia crítica, amplitud de criterio, tolerancia, sentido de la proporción, que es el elemento nodal en el análisis histórico.
Sobre la elección de un tema, éste no debe ser ni muy ampuloso ni pobre; tampoco muy trillado, pero tampoco sutil. Ni muy sobado ni exótico, ni extravagante, que tan sólo satisfaga al autor.
Las fuentes del tema deben ser abundantes, y preferiblemente de primera o segunda mano. En ese tenor, los temas cuyas fuentes sean escasas se deben rechazar por su inasequibilidad. Está claro que la materia prima del historiador son los testimonios orales o escritos de los observadores directos, los documentos y las fuentes bibliográficas, entre otras. Las fuentes testimoniales se expresan en una amplia gama, que inician con las cartas, relatos de viajes, diarios, autobiografías, el diskette e incluyen los microfilmes, fotografías, filmes, la literatura, la poesía popular, la multimedia, y las líneas electrónicas en sentido amplio.
La sindéresis debe guiar toda decisión del neófito en la selección del tema que constituirá su objeto de estudio. Es preciso además que sea agradable, para que el sentido común invada el sentido de elección, como si fuera de un amigo o una novia, pues con el tema escogido compartiremos por un periodo indefinido nuestro tiempo y nuestro espacio. Por ejemplo, Cuando se trabaja una biografía, el sujeto objeto de investigación debe ser alguien que nos resulte simpático, de interés permanente, y debemos profesarle hasta cierto cariño personal.
Ahora bien, siempre debemos decir algo novedoso de nuestro tema o personaje.
Una máxima permanente cuando se organiza todo el entramado de la investigación consiste en no perder el tiempo: se debe en una secuencia permanente, leer, escribir, rescribir después de leer más y así tomar el toro por los cuernos o lidiar el problema de inmediato, y, mientras más profundicemos en la investigación mayor será nuestra comprensión del tema, y cada detalle será colocado en su lugar. Poco a poco el rompecabezas quedará armado.
Se debe recopilar el material necesario para la tarea de investigación, organizarlo y elaborar el plan de trabajo continuo. Sólo escribiendo es posible rellenar las lagunas y solucionar los conflictos cognitivos que el quehacer histórico conlleva. Leer, tomar notas y escribir es la clave del éxito. No basta considerarse una "fotocopiadora humana", o un alquilado amanuense, se debe ser crítico, analizar el material, resumirlo hasta obtener el esqueleto conceptual, y escribir. Para ello no hay patrón fijo ni modelo que imitar, cada sujeto edita su estilo, sino se convierte en un plagiador vulgar, pues el arte de escribir nace de la práctica.
Partiendo del aforismo: "Yo soy único y mi estilo lo será también", obtendrá seguridad, pero antes debe tener ideas coherentes para escribir con facilidad y con fluidez, y podrá perfeccionar la forma de su expresión sintáctica. El estilo podrá, en principio, variar según el tema abordado, podrá no ser uniforme pues la forma del estilo depende de los sentimientos del autor. Nada en la vida es eterno ni inmutable, y así es el estilo. Ciertamente, si persiste devendrá un profesional de la historia, y confirmará a través de la praxis que el estilo es al tema como la moda a la época.
En resumen, la historia no es literatura y se escribe siguiendo un procedimiento específico: 1) el historiador procede a verificar la exactitud de los hechos estudiados; 2) buscará todos los datos relevantes, y entre estos no podrán faltar en el cuadro los datos conocidos o relevantes a la interpretación; 3) además, debe leer todas las fuentes y hacer notas, fichas de contenido y fichas bibliográficas, esquemas lógicos, y en fin, debe organizar la información disponible; 4) por último: escribe y rescribe.
En otro orden de ideas, dada la tendencia de ciertos historiadores de enjuiciar a los personajes históricos considerándolos reos de la justicia que se imparte su antojo y sin reglas, debe quedar claro que para la refutación del llamado "juicio histórico", o las opiniones de los demás historiadores se debe tener en cuenta:
1) que el pasado no se puede defender en el presente, sino poner lo mejor del pasado al servicio del presente. Los que admiran a Marx deben conocer conocer esta frase: "La labor de la historia consiste, en que una vez que se ha descubierto la verdad del más allá se debe descubrir la verdad del más acá";
2) que en historia no se hace un juicio al estilo penal judicial, y que por lo tanto, el juicio que no condena no tiene validez: es el juicio profesional del académico;
3) que no hay escalas de valor universales y el juicio moral reviste de una problemática laberíntica;
4) que el historiador, no es un dios ni un ser inefable, ni es fiscal ni abogado defensor, ni un ser intachable y puro. Su veredicto se puede ver como un juicio seudo moral que se disfraza de moralidad y se cubre de una falsa ética. No existe un código moral universal;
5) que el juicio moral en historia es irreal y fútil;
6) que el lector tiene su formación académica, cultural e ideológica, y su propia moral;
7) que no se deben confundir los juicios morales con los juicios profesionales.[9]
II. Más apuntes sobre la España Boba y sus caudillos.
A) La guerra contra Francia en Santo Domingo. El ejército imperial francés fue vencido por sus antiguos esclavos en Haití, en la parte occidental de la isla de Santo Domingo, entre 1802-1803, lo cual posibilitó la conformación del Estado Haitiano en 1º. de enero de 1804, previa proclamación de la independencia en 30 de noviembre de 1803. Sin embargo, la parte Este de la Isla quedó bajo el dominio de los generales franceses Kerverseau y Ferrand, logrando éste último, al destituir al primero del gobierno, mantener el control sobre sus habitantes de aquella época, hasta el año de 1808. Esta dominación francesa en el otrora Santo Domingo Español concluyó a consecuencia de una guerra separatista, auspiciada y financiada por España desde Puerto Rico, estando gobernada aquella Isla por don Toribio Montes.
Afirmo categóricamente que el financiamiento -aunque fuese parcial- procedía de Puerto Rico, porque en una hoja suelta hallada en el Archivo Histórico de Puerto Rico, el gobernador de aquella Isla, don Toribio Montes, hace saber al brigadier y oficial de inteligencia español don Manuel Caballero, y al capitán general don Juan Sánchez Ramírez que el comerciante y prestamista de aquella plaza (San Juan), don Reus Cassals, reclamaba en 1809 los siguientes gastos que fueron destinados para la conquista de Santo Domingo.[10]
Total 92,599-s-33
Producido cahobas [sic.] y negros 14,000-2-23
78,599-3-10
La primera cifra fue el monto de los gastos en que se incurrió para financiar las tropas españolas y los pertrechos militares que se emplearon en la campaña de Santo Domingo, que fueron: 2 lanchas cañoneras, 400 fusiles, 200 sables, municiones, otros pertrechos y algunos hombres[11]; la segunda cifra fue el monto que se obtuvo por la exportación y venta de la caoba y de los esclavos negros que don Juan Sánchez Ramírez envió a don Reus Cassals a Puerto Rico como pago en naturaleza hecho desde Santo Domingo, considerado un abono a la deuda total; y la tercera cifra, es el monto de la deuda pendiente de pago que se reclamaba a don Juan Sánchez Ramírez, y al oficial de inteligencia español brigadier Manuel Caballero. Lamentablemente este documento, una hoja suelta y sin fecha, no contiene información adicional.
En cuanto a Juan Sánchez Ramírez, de él sabemos que nació en la villa de Cotuí a mediados del siglo XVIII, y que falleció el 12 de febrero de 1811 en la ciudad de Santo Domingo; que tras los acontecimientos de Basilea (1795), y de la ocupación de Toussaint a la parte este de la isla de Santo Domingo (1801-1802), emigró a Puerto Rico en 1803, radicando su residencia en la ciudad de Mayagüez hasta marzo de 1808 cuando retornó a Santo Domingo para atender personalmente su negocio de corte de maderas de El Macao y su extenso hato de Cotuí.
Como se sabe, en 1808 se produjo la invasión francesa sobre España y la posterior detención de la familia real española en Bayona, nombrando el Emperador Napoleón a su hermano José Bonaparte (Pepe Botella) como nuevo monarca de España: Jose I, quién se instala en Madrid desde el 2 de mayo de 1808.
Ese mismo año de 1808 fue declarada en la Península la Guerra a Francia, razón por la cual, en Puerto Rico, el gobernador Toribio Montes decidió declarar la guerra al gobernador francés de la parte Este de Santo Domingo, general Luis Ferrand, llegando a enviar varios emisarios para insurreccionar a los dominicanos en contra de los franceses. Uno de estos emisarios, don Cristóbal Hubert y Matos logró su cometido, quién tras desembarcar discretamente por el puerto sureño de Barahona, logró trasladarse hasta Neiba, en donde conjuntamente al valiente azuano don Ciriaco Ramírez, y a los señores Manuel Jiménez, Salvador Félix, y otros levantiscos, dieron inicio a la guerra antifrancesa.
Por lo visto don Juan Sánchez Ramírez fue convencido por las autoridades españolas de Puerto Rico para que se convirtiera en un agente de la Suprema Junta Central de España e Indias, y a tales fines visitó el sitio de El Tabero para entrevistarse con don Manuel Carbajal, partiendo luego con destino hacia Higüey, El Seibo y Santo Domingo en donde asomó en 8 de agosto de 1808. Estando en la ciudad de Santo Domingo, fue acogido de buen animo por el general Ferrand, Gobernador francés de la Isla, quién le llegó a ofrecer la comandancia de su ciudad natal: Cotuí, rechazándole la oferta, y partiendo hacía allí, en donde llegó en 13 de agosto; saliendo el día 15 del mismo mes y año hacía La Vega, en donde se entrevista con don Agustín Franco, Jefe de ese Departamento, a quien invitó a participar en un movimiento para restablecer el poderío español en la parte este de la Isla.
Don Juan Sánchez Ramírez siguió luego hasta Santiago en donde recabó la ayuda del cura don Vicente Luna y del militar don Marcos Torres, Comandante del cuerpo de caballería de “Los Dragones” de aquella plaza cibaeña, para luego enfilar de inmediato hacía Puerto Plata en donde aprovecha la presencia del barco del capitán Miguel Pérez para solicitar el socorro de las autoridades de Puerto Rico, intentando enviar a dos emisarios, los señores: don Antonio López de Villanueva, Comandante de Artillería, y don José Pacheco, para que estos trataran de convencer a don Toribio Montes sobre la conveniencia de ayudar con armas y dinero a la separación de Francia de la parte Este de Santo Domingo.
Sin embargo, las autoridades francesas prohibieron la salida de dichos señores. Después de ello, don Juan Sánchez Ramírez regresó a La Vega, y luego fue a Cotuí en donde permaneció desde el 24 al 30 de agosto de 1808, partiendo luego hacia Bayaguana a donde llegó en primero de septiembre de 1808, y aseguró con su visita el apoyo del Prebistero don José Moreno, pasando luego a la ciudad de El Seibo en 4 de septiembre de 1808 para culminar con sus preparativos militares a fin de enfrentar a los ocupantes franceses, disponiendo finalmente de la ayuda española.[12]
Como había ocurrido con Leclerc y sus tropas en la parte Occidental, el general Louis Ferrand y sus contingentes militares fueron igualmente rechazados y derrotados militarmente en el este de Santo Domingo por fuerzas pro-españolas integradas por negros libertos y esclavos, mulatos, españoles criollos y peninsulares quienes lucharon por el restablecimiento del dominio español, de tal suerte que en 1809 se reorganizó en el este de “La Española” un estado colonial dependiente y obediente a los intereses peninsulares y reales de Fernando VII. Fue el periodo denominado por la historiografía dominicana “La España Boba” (1809-1821).
Desde la segunda mitad del siglo XVII, pero sobre todo durante estos años se produce la cristalización embrionaria del sentimiento nacional dominicano a resultas de la conformación de un conglomerado social cuyos miembros se hallaban vinculados entre sí por fuertes lazos de cultura, lengua, sicología, y territorio, enmarcados en un contexto económico de capitalismo embrionario, es decir, de economía mercantil simple, articulada a formas de producción precapitalistas y esclavistas.
Cuando quedó iniciada la guerra contra Francia en la parte Oriental de la isla de Santo Domingo, hasta su derrota definitiva, en ese proceso bélico se destacaron dos lideres político-militares: don Ciriaco Ramírez y don Juan Sánchez Ramírez. Sobre el papel desempeñado por estos dos criollos, y sobre las contradicciones que los distanciaron, y los enfrentaron recomendamos leer el artículo titulado: "Apuntes en torno a Ciriaco Ramírez", publicado en la Revista Ecos, Año VI, 1999, No. 7, PP. 149-158, aunque sabemos que nadie pone en duda que el primero en destacarse como el líder militar de vanguardia en esta lucha fue el valiente criollo azuano don Ciriaco Ramírez, aunque finalmente, nuestro primer caudillo, don Juan Sánchez Ramírez, logró imponerse al líder azuano.
Algo más sobre la Junta de Bondillo. En Haití se creyó que en esta Junta se enfrentaron tres corrientes políticas distintas. Ardoin sostiene que en Bondillo: "Unos querían la alianza con el estado del Norte [de Cristhope], otros con la República de Haití [de Pethión en el Sur], y otros restaurar la dominación de España".[13] Sobre los partidarios de los caudillos haitianos no tengo información, aunque está claro que tanto Ciriaco Ramírez como Juan Sánchez Ramírez actuaron motivados por sus compromisos con los hispanos. También en nuestro artículo anterior hemos demostrado que don Juan Sánchez Ramírez, para distraer a Ciriaco Ramírez de los asuntos de la Junta de Bondillo, lo hizo ausentarse de la reunión a fin de tomar las decisiones más convenientes para sí mismo, haciendo "una verdadera junta política que la formaron los adeptos incondicionales del brigadier D. Juan Sánchez Ramírez, que tuvo por principales miras obtener la unidad de mando en favor del caudillo, y sus resoluciones fueron dadas en defecto, es decir, de espaldas del otro jefe del movimiento de la reconquista D. Ciriaco Ramírez y de sus partidarios".[14] Por lo tanto, resulta evidente que nuestro primer caudillo político militar fue don Juan Sánchez Ramírez, el verdadero Alter Ego de los Santana, padre e hijo, con quienes mantuvo un vinculo directo, ya que el padre de Pedro Santana fue uno de sus ayudantes de campo, y el hijo nunca quiso que nadie lo cubriera con su sombra. Todo esto confirma esta apreciación de Engels sobre el papel del gran hombre en la historia:
"Los hombres hacen ellos mismos su historia, pero hasta ahora no con una voluntad colectiva y con arreglo a un plan colectivo, ni siquiera dentro de una sociedad dada y circunscrita. Sus aspiraciones se entrecruzan; por eso en todas esas sociedades impera la necesidad, cuyo complemento y forma de manifestarse en la casualidad. La necesidad que aquí se impone a través de la casualidad es también, en última instancia, la económica. Y aquí es donde debemos hablar de los llamados grandes hombres. El hecho de que surja uno de éstos, precisamente éste y en un momento y en un país determinado, es, naturalmente, una pura casualidad. Pero si lo suprimimos, se planteará la necesidad de reemplazarlo, y aparecerá un sustituto, más o menos bueno, pero a la larga aparecerá. Que fuese Napoleón, precisamente este corso, el dictador militar que exigía la República Francesa, agotada por su propia guerra, fue una casualidad; pero que si no hubiese habido un Napoleón habría venido otro a ocupar su puesto, lo demuestra el hecho de que siempre que ha sido necesario un hombre: César, Augusto, Cromwell, etc..., este hombre ha surgido".[15]
El gobierno de Sánchez Ramírez y las conspiraciones. Don Juan Sánchez Ramírez asumió el control de la Isla desde 1809 hasta que se produjo su muerte en 12 de febrero de 1812. Durante su gestión gubernativa al frente de la Isla, sostiene don José Gabriel García, se produjo la conspiración de don Manuel Del Monte, desterrado a España y posteriormente absuelto por el Consejo de Regencia gracias a los auxilios que le prestó su pariente y amigo Francisco Javier Caro; otra conspiración fue la del habanero don Fermín, condenado a la pena de reclusión por siete años en la cárcel de la Torre del Homenaje de “La Fuerza” (hoy fortaleza Ozama).
También, durante el gobierno de Sánchez Ramírez se verificó la denominada conspiración o revolución de los Italianos (1810), con la participación de los señores: Santiago Faló o Faleau -sastre mulato natural de Cabo Francés que se desempeñaba como oficial de Compañía del Regimiento 31 a cargo del coronel Pablo Alí-; el zapatero venezolano -caraqueño- José Ricardo Castaños; el puertorriqueño Juan José Ramírez; y, los oficiales del Batallón Fijo Ugarte y Joaquín Mojica, estos últimos infiltrados como espías en la conspiración, hallándose todos vinculados al capitán italiano Emilio Pezzi (conocido también como Manuel o Edmundo o Edmigio Persi), quienes posiblemente llegaron a tener ciertos nexos con la República de Pethión,[16] y cuyos pormenores hemos analizado en nuestra anterior entrega.
Pero, para que no queden dudas en torno a la cuestión de la ausencia de don Ciriaco Ramírez en la Isla a raíz de la "Revolución de los Italianos", debo decir que en el Auto para la sustanciación judicial del proceso de dicha conspiración, de fecha 8 de septiembre de 1810[17] los únicos sometidos a la justicia por el gobierno fueron el mulato Juan José Ramírez, el caraqueño José Ricardo Castaños -quienes supuestamente contaban con el apoyo de 600 hombres-, el oficial mulato de la Compañía de Alí Santiago Foló, y el capitán de la Compañía de los Italianos don Emilio Pezzi, quienes se estimó tenían posibles nexos con Pethión y con los independentistas venezolanos.
Y por si los argumentos antes esgrimidos fueran cuestionados, o si alguien quisiera rebatirlos sin evidencias documentales, debo agregar que en el proceso seguido a los conspiradores de la llamada "Revolución de los Italianos" se produjo una sentencia[18] de fecha 25 de septiembre de 1810, que condenó a Emilio Pezzi a ser pasado por las armas (fusilado), y a los señores Santiago Faló, Juan José Ramírez, José Ricardo Castaños -posiblemente agente de la Gran Colombia-, a ser ahorcados, dejándolos colgar por seis horas en el patíbulo, ordenando la sentencia separar luego sus cabezas de sus cuerpos, y, que se colocara en el pecho de los cadáveres una inscripción en letras grandes: "Así castiga la justicia a quien es traidor a la patria"[19], y ciertamente, a Cristóbal Úber o Hubert, y a Ciriaco Ramírez trataron de implicarlos en la conspiración posiblemente con el único propósito de confiscar sus bienes, odiosa práctica del colonialismo español de aquel entonces en toda Hispanoamérica. A Hubert se le condenó a 10 años de prisión con trabajos públicos sin sueldo en San Juan de Úlua -una cárcel de Veracruz, México-, a la confiscación de sus bienes, y al destierro perpetuo, aunque en lo que concierne a don Ciriaco Ramírez, que se hallaba preso en Puerto Rico, cuando fue requerido por el tribunal presidido por Juan Sánchez Ramírez, éste no fue enviado por la Capitanía General de aquella Isla, entendiendo posiblemente las autoridades de la colonia de Puerto Rico que don Juan Sánchez Ramírez sólo buscaba una suerte de vendetta personal.
Unas líneas finales sobre don José Núñez de Cáceres. Algunos de nuestros historiadores han implicado a don José Núñez de Cáceres en los asuntos relativos al juicio seguido a los conspiradores de la "Revolución de los Italianos", sin embargo, la sentencia condenatoria solamente se halla firmada por los señores: Domingo Díaz Páez, y Martín de Mueses, Escribano Público. Además, se debe saber que don Juan Sánchez Ramírez, Leonardo del Monte, José Joaquín del Monte, Doctor José Núñez de Cáceres llegó a Santo Domingo procedente de Cuba en enero de 1811, como el mismo lo establece en una carta reproducida parcialmente más adelante.
A Sánchez Ramírez, una vez se produjo su muerte, le sucedió en el gobierno don José Núñez de Cáceres, procedente de Cuba, y, en donde se desempeñaba como Relator de la Real Audiencia en aquella hermana Antilla. Aunque don José Gabriel García sostiene que la muerte de Juan Sánchez Ramírez se produjo el 7 de enero de 1811,[20] en una carta un tanto mutilada de don José Núñez de Cáceres al entonces gobernador de Puerto Rico de fecha 21 de febrero de 1811, éste le hace saber que falleció en 12 de febrero de 1811. He aquí el texto legible de la misiva indicada:
“Habiendo llegado a esta plaza el diez y ocho de enero último [de 1811] a servir los empleos de Ten.te de Gob.n [Teniente de Gobernación], Asesor General y Auditor de Guerra, a que he sido nombrado en nombre de S.M [Su Majestad]. Dios le guíe y prospere, aprovecho la primera ocasión directa que se presenta p.a [para] ese puerto, después de estar en exercicio (sic.) que comenzó el día veinte y ocho del mismo enero, p.a ofrecer á V.S. [Vuestro Señor] la buena disposición en que me hallo á cultivar y mantener en buen pie las relaciones amistosas, y sincera armonía que encargan las leyes, y debe haber entre los gobiernos vecinos pa. el mejor servicio del Rey, y reciproco auxilio que en todos los tiempos son obligados a prestarse en qualquiera (Sic,) caso de necesidad, y con especialidad en el día, por las críticas circunstancias de la guerra, en que gloriosamente se halla empeñada la nación con un enemigo tan pérfido y astuto.
A mi llegada a este destino tuve la desgracia de encontrar á nuestro Gral. D.n Juan Sánchez Ramírez, tan agoviado (sic.) de sus males q.e nada pudo comunicarme ni conferenciar conmigo de asuntos relativos al Gob.o. [gobierno] ni del estado en que dexaba (Sic.) sus relaciones amistosas con los demás vecinos y aliados. Por su muerte acaecida el día dose (Sic.) de los corrientes estoy encargado del mando político y de la Yntendencia y V.S. puede disponer con entera confianza de las facultades anexas a uno y otro ramo.” [21]
Por lo tanto, fue tras la muerte de Sánchez Ramírez que se produjeron las rebeliones de esclavos en las haciendas de Mendoza y Mojarra, ubicadas en el oriente de Santo Domingo, participando en la primera los Seda, los Betances, los Meas y Fragoso, y en la segunda Pedro Figueroa. Durante el desempeño del gobierno don José Núñez de Cáceres ordenó la detención de José Leocadio, cabeza de los rebeldes esclavos, mulatos y libres, vía el Escribano Dionisio de la Rocha por medio de un Auto Judicial enviado a las autoridades de Bayaguana, El Seibo, Cotuí, Azua, y a los jueces pedáneos y ordinarios del Norte, Este y Sur, y el señor de La Rocha hizo gestiones personalmente en tal sentido en la región Oriental.
También, destaca Beabrum Ardoin[22] -historiador haitiano que fue funcionario de Boyer- que en el gobierno de Sebastián Kindelán se produjo la conspiración del Capitán Manuel Martínez detectada en 19 de marzo de 1821; posteriormente fue implicado en otra conspiración independentista don Antonio Martínez Valdez, delegado a las Cortes de diputación provincial, es decir, de la asamblea colonial, siendo apresado y sometido a la justicia, pero éste se salvó de la cárcel por la oportuna intervención del Auditor de Guerra don José Núñez de Cáceres, quien también se mantuvo vigilado por las autoridades, y de hecho era el cabecilla de la conspiración independentista. En ese momento, en la parte del Este, todos los grupos representativos de la sociedad: Militares, profesionales, comerciantes, artesanos, etc.., eran partidarios de la separación de España. Poco tiempo después de ser detectados estos focos rebeldes en 1821, se formaron dos partidos (más bien tendencias):
"El primero, compuesto por una débil minoría, pedía aliarse a la república de Colombia, sin considerar que esa República, no teniendo marina y separada de Haití por vastos mares, no podía darle ninguna clase de protección".
"El segundo quería la independencia pura y simple, sin preguntarse si una población de no más de 130,000 almas podía aspirar al papel de Estado independiente".
"Así, los dos partidos se encontraban frente a frente, su sangre iba a correr y nuestra tranquilidad se encontraba afectada."[23]
Tomás Modiou[24] -historiador haitiano que fue durante mucho tiempo secretario del general Joseph Balthazar Inginac, a su vez Secretario personal de Boyer y hombre importante de la inteligencia haitiana de la época- identifica cuatro tendencias en torno al destino del Este en 1821: 1) los partidarios de la independencia, quienes eran mayoría; 2) los prohaitianos; 3) los procolombinos; y, 4) los partidarios de España.
Se sabe, contrario a lo que afirma cierta historiografía, que las actividades populares e independentistas de Beller, Dajabón, y Monte Cristi, dirigidas por los comandantes Andrés Amarante y Francisco Estévez, y que se manifiestan a partir del 8 de noviembre de 1821 eran movimientos que perseguían declarar la independencia amparados en los corsarios de Buenos Aires del crucero de La Orange que ocasionalmente se refugiaban en la bahía de Manzanillo, infiltrados por agentes secretos haitianos -por ejemplo: el comerciante Carlos Arrieu o Harrieux- interesados en lograr una manifestación favorable a la unificación insular.[25] El General de División y ex-secretario de Boyer (1797-1843), Joseph Balthazar Inginac en sus Memorias[26] reconoce que Amarante y Estévez se acercaron a Arrieu sólo para solicitar por su vía ayuda en armas y municiones al gobierno haitiano, o para que él las procurara en el Oeste.
Referencias y bibliografía mínima consultada:
Aimé Césaire: Toussaint L'Ouverture, la revolución francesa y el problema colonial. Edición del Instituto del Libro, La Habana, 1967.
Archivo General de Puerto Rico (AGPR): RG. 186: Records of the Spanisch Governors of Puerto Rico. Political and Civil affairs. Cónsules: Santo Domingo, 1796-1858.
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[1] Pablo Lafargue: El método histórico, en: Varios autores: El materialismo histórico según los grandes marxistas, ediciones Roca, México, 1973, P. 51.
[2] Opus cit., PP. 49-50.
[3] Juan I. Jimenes Grullón: “Historia de nuestra historiografía”, Listín Diario, 4 de nov. De 1975, P. 7.
[4] Frank Moya Pons, Historia dominicana, historisadores, y percepción de la dominicanidad, discurso reproducido por el Listín Diario, lunes 5 de oct. De 1975, P. 7.
[5] E. H. Carr, ¿ Qué es la historia?, Seix Barral, 1978, P. 77.
[6] Steele, 1967: P. 85, cita la obra: The open door at home, The MacMillan, P. 14.
[7] E. H. Carr, Opus Citatus, P. 91.
[8] Ibídem, P. 73.
[9] Ver: Steele, La historia, su naturaleza, UTEHA, México, 1967.
[10] AGPR: R.G. 186: Records of the Spanisch Governors of Puerto Rico. Political and Civil affairs. Cónsules: Santo Domingo, 1796-1858. Entry 16, Box 34. Las cantidades corresponden a pesos españoles de plata (Nota de Francisco Berroa).
[11] Ver: Salvador Brau: Historia de Puerto Rico, ediciones Edil, Río Piedras, 1974, P. 199.
[12] Ver: Juan Sánchez Ramírez, Diario de la reconquista, en: Mejía Ricart, Gustavo Adolfo, Historia de Santo Domingo, Vol. VII, Pol Hermanos, Santo Domingo, 1954, P.192 y siguientes.
[13] Beabrum Ardoin, Etudes Sur L’Histoire d’Haití, 1958, Tomo VII, P. 58, Edición facsímil de la de 1856.
[14] Resolución o acuerdo tercero del Instituto de Investigaciones Históricas en el periodo de reincorporación a España redactado por Gustavo Adolfo Mejía Ricart, en: Boletín del Archivo General de la Nación, Año 3, Vol. 3, No. 9, ciudad Trujillo, 29 de febrero de 1940, P. 8.
[15] Carta de Federico Engels a Konrad Schmidt, en: Varios autores, El materialismo histórico según los grandes marxistas, Ediciones Roca, México, 1973, P. 43.
[16] Cassá, Roberto, Historia social y económica de la República Dominicana, Tomo I, P. 167.
[17] Auto del proceso de la Revolución de los Italianos, 8 de septiembre de 1810, en: Boletín del Archivo General de la Nación, 1948, Núm. 58, PP. 218-220.
[18] Sentencia emitida en el proceso seguido contra los patriotas de la llamada Revolución de los Italianos (sic.), 25 de septiembre de 1810, Boletín del Archivo General de la Nación, 1948, Núm. 59, PP. 425-427.
[19] La patria invocada era la española (Nota de Francisco Berroa).
[20] José Gabriel García, Rasgos biográficos de dominicanos célebres (Compilación y notas de Vetilio Alfau Durán, Academia Dominicana de la Historia, Vol. XXIX, Editorial El Caribe, Santo Domingo, 1971.
El resto de la carta es ilegible por hallarse parcialmente mutilada y consumida por la polilla, se halla firmada por don José Núñez de Cáceres y es de fecha 21 de febrero de 1811. Las palabras entre corchetes me corresponden, y los subrayados son míos (Nota de Francisco Berroa). AGPR: RG. 186: Records of the Spanisch Governors of Puerto Rico, Political and Civil affairs, Cónsules, Santo Domingo, 1796-1858. Entry 16, Box 34.
[21] El resto de la carta es ilegible por hallarse parcialmente mutilada y consumida por la polilla, se halla firmada por don José Núñez de Cáceres y es de fecha 21 de febrero de 1811. Las palabras entre corchetes me corresponden, y los subrayados son míos (Nota de Francisco Berroa). AGPR: RG. 186: Records of the Spanisch Governors of Puerto Rico, Political and Civil affairs, Cónsules, Santo Domingo, 1796-1858. Entry 16, Box 34.
[22] Ardoin, Opus Cit., P. 25.
[23] De la reunión de la ci-devant partie Espagnole á la Republique d’Haití. Periódico Le Propagateur Haitien, Puerto Príncipe, 1º. De junio de 1821.
[24] Modiou, Histoire d’Haití, Tome Troisieme, Port-au-Prince, 1922, P. 386.
[25] Beabrum Ardoin: Opus Cit., Tome neuviéme, P. 13.
[26] Kingston, Jamaica, 1843.
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