Hoy se cumplen 160 años del «Grito de Capotillo». Así se denomina a la segunda rebelión armada de los dominicanos en contra del colonialismo español ocurrida en el cerro David -luego nombrado Capotillo- el 16 de agosto de 1863, dando inicio a la guerra restauradora (1863-1865).
Aunque muchos entienden que la palabra grito solamente significa “voz
muy esforzada y levantada” o “expresión proferida con alta voz”, según el
diccionario de la RAE también significa: “manifestación vehemente de un
sentimiento general”, y casi nadie sabe que hace un siglo y medio grito
significaba “insurrección armada o rebelión armada”, que es el significado que
tiene esta palabra cuando se dice Grito de Capotillo en República Dominicana, o
Grito de Lares en Puerto Rico, o Grito de Yara en Cuba, o Grito de Dolores en México,
para solo poner tres ejemplos sobre su uso similar en otros países.
La historia del movimiento de liberación nacional dominicano a partir
del grito de Capotillo (16 de agosto de 1863), es larga e intensa, aunque, en
resumen: José Cabrera mantuvo llameante la antorcha de la libertad con sus
acciones guerrilleras en el paraje que hoy lleva su nombre: Loma de Cabrera-antes
denominado: «La Loma»-, y mucho antes del conato insurreccional de Capotillo,
Santiago Rodríguez, Benito Monción y otros patriotas habían mantenido viva en
la línea Noroeste -con el apoyo de los vecinos haitianos-, la esperanza de
reconquistar la independencia perdida.
Sin lugar a dudas, la guerra restauradora fue el
evento histórico-político-militar de mayor trascendencia en el siglo XIX, y en
su desarrollo militar se produjeron innumerables batallas y combates, todos
dignos de ser divulgados a los pueblos del mundo como ejemplos de heroísmo de
los dominicanos, sin embargo, en apego a la verdad histórica, hubo dos batallas
que fueron las decisivas:
1o. La batalla de Santiago. Las tropas
nacionalistas lograron el rápido control de varias poblaciones del Cibao: Moca,
San José de Las Matas, San Francisco de Macorís y La Vega, iniciándose la
batalla por el control de la ciudad de Santiago de los Caballeros -batalla de
Santiago-, en 6 de septiembre de 1863.
En esta importante batalla el general Gaspar Polanco,
después de haber estado al servicio de los españoles, como parte de las
Reservas Dominicanas, dirigió un contingente de 6,000 hombres, distribuidos en
los cantones de El Meadero, La Otra Banda, Marilópez y Gurabito, armados con
lanzas, fusiles antiguos, varios trabucos, sables, y la mayoría con machetes y
garrotes, lograron derrotar al general español Manuel Buceta -el carnicero de
la isla de Ceuta-, y a sus asistentes, los oficiales dominicanos generales José
Hungría y Antonio Abad Alfau, y a sus tropas.
Los partidarios de España, primero aislados en el
fuerte San Luís y luego expulsados del mismo, aún tuviesen los patriotas que
proceder a desplegar grandes esfuerzos fuera de la ciudad para impedir que los
refuerzos españoles y de las reservas dominicanas a su servicio, procedentes de
Puerto Plata, al mando de los generales Juan Suero(a) El Cid Negro, y Mariano
Cappa, con 2,500 soldados, recuperaran el control de la principal urbe cibaeña,
siendo igualmente éstos enfrentados enérgicamente por los oficiales
restauradores Juan Nuezi Lafit y Juan Bautista Latour al aproximarse a la
ciudad. Santiago fue incendiada
posiblemente por órdenes del general español Manuel Buceta(El Carnicero de
Ceuta), aunque también el origen del fuego ha sido atribuido a ciertas órdenes
dadas por el general Gaspar Polanco a fin de impedir que los refuerzos
procedentes de Puerto Plata tomaran su control.
2o. La batalla de Arroyo Bermejo. Esta se produjo en 29 de septiembre de 1863, próximo
al sitio de San Pedro, en donde el general Gregorio Luperón al frente de 400
aguerridos guerrilleros -en su mayoría monteros dominicanos-, logró imponerse
al general Pedro Santana, quien disponía de 1,600 soldados, cuando el traidor
hatero intentaba implementar un plan de ataque mediante el cual cruzaría por
las poblaciones de San Antonio de Guerra, San Juan Bautista de Bayaguana, Monte
Plata, y Guanuma, para luego continuar hacía la loma del Sillón de la Viuda, en
plena cordillera, desde donde pretendía caer de sorpresa sobre el poblado de Cévicos y la
villa de Cotuí, dando un golpe de mano que le permitiría avanzar hacía el resto
de las poblaciones del Norte (Cibao), plan cuya ejecución final fue paralizado
por Luperón al cortar la marcha de Santana con el apoyo de algunas tropas de
hombres procedentes de La Vega, Moca, San Francisco de Macorís, Cotuí y otras
poblaciones, y por ello, el general Santana, el orgulloso hatero, con sus
tropas diezmadas se dio a la retirada, siendo perseguido por el joven y
valiente general puertoplateño Gregorio Luperón, quien se distingue y realza
mucho más presentándole combate al general Pedro Santana en San Pedro, y, luego
en La Luísa -lugar próximo a Guanuma-, y luego en la misma Guanuma, contando
Luperón con el apoyo en aquella zona de operaciones militares restauradoras de
los valientes generales dominicanos Juan de Jesús Salcedo con 800 hombres
reunidos en San Pedro -que es hoy un batey en estado ruinoso-, asimismo Luperón
se hizo acompañar de José Chiquito, Marcos Adón y otros, con 400 macheteros,
primero reunidos en Bayaguana, desde donde partieron a detener el avance de
Santana hacía el Norte; Eusebio Manzueta con sus 300 indios en Yamasá, y José
del Carmen Reinoso, Manuel María Castillo, Olegario Tenares, y Jesús Contín con
200 guerrilleros en Boyá; es decir con una fuerza bruta de 1,700 hombres,
lograron imponerse al general Pedro Santana, en aquella región, y en contra de
quien existía un decreto que ordenaba su muerte dado por el gobierno
restaurador y que el joven general Gregorio Luperón, contando con 23 años, quería
fehacientemente ejecutar.
General Gregorio Luperón |
General Pedro Santana |
Por lo tanto, los triunfos de los restauradores en la zona próxima a Monte Plata se iniciaron entre el 30 de septiembre al 1o. de octubre de 1863, librándose varios combates entre el general
Gregorio Luperón y Pedro Santana en los sitios de Arroyo Bermejo, San Pedro y Guanuma; pocos días después, en fecha 4 de octubre de 1863, se produjeron algunos alzamientos en Samaná encabezados por Eusebio Núñez y José Chiquito, y en varias secciones de Hato Mayor e Higüey dirigidos por los generales Pedro Guillermo y Genaro Díaz, y otro alzamiento en San Juan de la Maguana encabezado por el general Durán, representando estos alzamientos un claro indicio de extensión regional del conflicto, y la perdida de terreno para los españoles.Los mayores éxitos de las tropas encabezadas por el
general Luperón comenzaron en 11 de diciembre de 1863 al ser ocupado un depósito
de armas del general Pedro Santana en aquella zona, obteniéndose para los
rebeldes 500 armas, 60,000 tiros, 2 cañones, 70 mulos, 40,000 raciones y capturaron
unos 300 prisioneros, muchos de ellos españoles.
De la misma manera, el general Gregorio Luperón se
coronó de laureles en los combates de Sabana del Vigía (23 de enero de 1864);
en la batalla de Bermejo (el 3 de febrero de 1864) en la batalla de Yerba Buena
(11 de marzo de 1864); en el sitio de Paso del Muerto o del Tuerto,[1]
en el río Yabacao, afluente del Ozama (el Jueves Santo 19 de marzo de 1864),
lugar donde el general Juan Suero fue herido de gravedad, muriendo esa misma
noche, y también en el combate de San José de Los Llanos.
Precisamente, fue en marzo de 1864 cuando las tropas realistas
hispanas desalojaron Guanuma y Monte Plata, y Luperón, acompañado de Marcos Adón
y de Eusebio Manzueta se estableció en las riberas del río Yabacao -afluente
del Ozama-en el sitio denominado San Francisco del Higüero; desde el 2 de
octubre de 1863 se desarrolla la actividad militar de Marcos Adón en Hato Mayor
del Rey; por su parte, el general Eusebio Manzueta tomaría luego el control de
la población de Guerra en fecha 23 de noviembre de 1864, y ocuparía El Seibo en
fecha 16 de diciembre de 1864.
Posteriormente, el general Luperón, por órdenes del
gobierno restaurador, seguiría la ruta La Vega, Bonao, Piedra Blanca, Rancho
Arriba, El Maniel (hoy San José de Ocoa), Baní y Azua, para tomar el control de
la región Suroeste, contando con la compañía de los guerrilleros sureños Marcos
Adón, Santiago Mota, Ángel Feliz (a) Liberata, los tres hermanos Andrés, Benito
y Timoteo Ogando, Olegario Tenares, Eusebio Manzueta, y José María Cabral,
pudiendo con estas fuerzas proceder a la sustitución del general Pedro
Florentino en esa región, considerado por el general Manuel N. Rodríguez Objío
un hombre «rapaz, sanguinario, cobarde e
inepto», granjeándose el joven general Luperón el cariño, la admiración y
el respecto de la población de Baní, por su cortesía militar y por la protección
dispensada a los generales dominicanos Modesto Díaz y Demetrio Álvarez, y al
Coronel Valera, todos de las Reservas Dominicanas al servicio de España.
En la región Sur también se distingue el general José
María Cabral, quien se hallaba en Puerto Rico cuando se inició la guerra
restauradora, pero ya avanzado el movimiento retornó al país, y derrotó a los
españoles en los combates de La Canela, Neyba y Fundación (1864).
Otro triunfo significativo fue la derrota y expulsión
de Buceta de Puerto Plata (1863), lo que permitió usar la costa Norte como
medio de contacto con el mundo exterior y para realizar las exportaciones de
tabaco y otros bienes agrícolas, en los cuales descansó la economía del
gobierno restaurador.
El costo de la Guerra para España. Esta guerra
le costó a España algo más 23,000 bajas, incluyendo unas 11,500 bajas
definitivas u hombres fallecidos, y el costo económico ha sido calculado en unos
35 millones de pesos. Se considera que muchas
de las pérdidas del ejército español fueron causadas por la insalubridad, y por
el contagio con diversas enfermedades tropicales. En Las Antillas la fiebre amarilla diezmó los
ejércitos invasores de franceses, ingleses y españoles.
La lucha restauradora: un ejemplo de
guerra de guerrillas. El cronista militar Adriano López Morillo
entendió que la guerra restauradora dominicana era la típica «...guerra de emboscada, tiroteos, sorpresas,
y [de] los ataques a los pequeños destacamentos, guerra propia de las
Antillas...»,[2] y,
ciertamente la guerra restauradora dominicana fue una guerra de liberación
nacional, anticolonialista, popular, y revolucionaria, basada en la organización
de un ejército no profesional, integrado principalmente por campesinos medios,
y pobres, y éste ejército adoptó la forma de un ejército irregular, es decir,
guerrillero, lo cual le garantizó su victoria.
Sobre este particular existe un circular del gobierno
provisional restaurador en la cual se sienta la importancia de la acción
guerrillera, es el Núm. 7 del 14 de septiembre de 1864, la que dice sobre la
defensa de Santiago en sus artículos 3,4, y 5: «Que lo
que se opone a la marcha de gruesos ejércitos, son ejércitos grandes también, y
que las guerrillas nunca han podido impedir que un ejército llegue a un punto
que se propone»; indicando a seguidas: «Que
nosotros no podemos oponer al enemigo grandes masas, no tan sólo porque tropas
sin disciplina no deben exponerse a dar batallas campales, cuanto porque
nuestras fuerzas tienen que permanecer diseminadas en todo nuestro vasto territorio»;
reconociendo que aunque un «sistema de
guerrillas es insuficiente» para impedir la marcha del enemigo; es lo más
eficaz en medio de las circunstancias de la guerra y lo único a nuestro
alcance.[3]
Nuestro prócer febrerista, el general Matías Ramón
Mella, como miembro del Ministerio de Guerra del gobierno restaurador escribió
unas interesantes instrucciones militares a los oficiales y soldados
restauradores, cuya lectura pone en descubierto la capacidad militar
excepcional de nuestro dos veces héroe nacional: el de febrero de 1844, y el de
la gesta restauradora. Mella escribió
que para el éxito de nuestra guerra de guerrillas era necesario:
«1. En la lucha actual y en las
operaciones militares emprendidas se necesita usar de la mayor prudencia,
observando siempre con la mayor preocupación y astucia [los pasos del enemigo]
para no dejarse sorprender [por éste], igualando así la superioridad del
enemigo en número, disciplina y recurso.»
«2. Nuestras operaciones deberán
limitarse a no arriesgar jamás un encuentro general ni exponer tampoco a la
fortuna caprichosa de un combate la suerte de la República; tirar pronto, mucho
y bien, hostilizar al enemigo día y noche; interceptarle sus bagajes, sus
comunicaciones, y cortarles el agua cada vez que se pueda, son puntos cardinales,
que deben tenerse presente como el credo.»
«3. Agobiarlos con guerrillas ambulantes
racionadas por dos, tres o más días, que tengan unidad de acción a su frente,
por su flanco y retaguardia, no dejándoles descansar ni de día ni de noche,
para que no sean dueños más que del terreno que pisan, no dejándolos jamás
sorprender ni envolver con mangas y sorprendiéndolos siempre que se pueda, son
reglas de las que jamás deberá Ud. apartarse.»
«4. Nuestra tropa deberá, siempre que se
pueda, pelear abrigada por los montes y por el terreno y hacer uso del arma
blanca, toda vez que vea la posibilidad de abrirle al enemigo un boquete para
meterse dentro y acabar con él; no deberemos por ningún concepto presentarle un
frente por pequeño que sea, en razón de que, siendo las tropas españolas
disciplinadas y generalmente superiores en número, cada vez que se trate de que
la victoria dependa de evoluciones militares, nos llevarían la ventaja y
seriamos derrotados.»
«5. No debemos nunca, nunca dejarnos
sorprender y sorprenderlos siempre que se pueda y aunque sea un solo hombre.»
«6. No dejarlos dormir ni de día ni de
noche, para que las enfermedades hagan de ellos más estragos que nuestras
armas; este servicio lo deben hacer solo pequeños grupos de los nuestros, y que
el resto descanse y duerma.»
«7. Si el enemigo repliega, averígüese
bien, si es una retirada falsa, que es una estratagema muy común en la guerra;
si no lo es, sígasele en la retirada y destaquen guerrillas ambulantes que le
hostilicen por todos lados; si avanzan hágaseles caer en emboscada y acribíllese
a todo trance con guerrillas como se ha dicho arriba en una palabra, la guerra
de manigua y de un enemigo invisible.»
«8. Cumplidas estas reglas con
escrupulosidad, mientras más se separe el enemigo de su base de operaciones,
peor será para él; y si intentase internarse en el país, más perdido estará.»
«9. Organice usted donde quiera que esté
situado, un servicio lo más eficaz y activo posible de espionaje, para saber a
todas horas del día y de la noche el estado, la situación, la fuerza, los
movimientos e intenciones del enemigo.»[4]
NOTAS Y REFERENCIAS:
[1]
En sus Notas autobiográficas y apuntes históricos el general Gregorio Luperón
denomina este lugar como Paso del Tuerto, y otros autores lo denominan Paso del
Muerto (Nota del Autor).
[2]
López Morillo, Adriano: Segunda reincorporación de Santo Domingo a España, 3
tomos, Santo Domingo, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 1983, t. II, p. 146.
[3]
Ver Boletín Oficial Núm. 15 de 30 de octubre de 1864, en: En: Ulises Francisco
Espaillat: Escritos, Santo Domingo. Editora del Caribe, 1962; reimpresión
Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 1987. Subrayado del Autor (Francisco
Berroa).
[4]
García Lluberes, Alcides: Mella y la guerra de guerrillas, Santo Domingo,
Academia Dominicana de la Historia, Editora del Caribe, 1964, p. 256-257.
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