Por:
Francisco M. Berroa Ubiera
Historiador
El educador puertorriqueño
don Eugenio María de Hostos murió en Santo Domingo el 11 de agosto de 1903 viviendo
en la más absoluta pobreza. Ni siquiera
tenía una casa propia dónde vivir, razón por la cual salió a caminar por la
ciudad muy temprano para buscar una casa de alquiler el día 24 de abril de 1903.
En esa búsqueda recorrió algunas calles de la ciudad de
Santo Domingo, y ese mismo día escribió en su Diario estas líneas:
«Ayer, yendo en busca de casa
de alquiler, recorrí algunas calles de la ciudad. Me dejaron la impresión de
lugares desolados: poca gente transitando; muchas de ellas con armas en las manos,
y algunas miradas torvas.»
«Que eso suceda entre gentes
sin cultura, armada para satisfacer hambres y pasiones, nada extraño; pero que
yo mismo, poco después, conversando con un casi extraño, pudiera mostrarme tan
apasionado, aunque era pasión de bien descargándose igualmente sobre todos, eso
sí que es extraño.»[1]
El maestro reflexiona y escribe:
«Pero vistas de cerca las
causas de las miradas torvas de los incultos y la causa del sañudo
apasionamiento de los apasionados del bien, tan naturales son las unas como las
otras causas. Es que en un tal medio social, actúa con tal fuerza la
sensibilidad orgánica, u obsta a la sensibilidad psíquica una tal fuerza de
presión social, que los unos, la inmensa mayoría, exhalan neurosidad y los
otros, los poquísimos, tienen que redoblar con esfuerzos nerviosos la fuerza de
razón y de conciencia que se gasta y se desgasta contra la pasividad que tienen
para el bien las multitudes obsesionadas por la tradición de odios y sangre». [2]
«Yo mismo, que no he hecho en
este pobre país otros esfuerzos que los indispensables para vencer la apatía de
las gentes e inducirlas a combatir contra la ignorancia, yo mismo me siento
rodeado de animosidades. A poco de regresar descontento de la calle, una de las
madres de antiguos normalistas me mando a decir que me fuera cuanto antes para
Cuba. El porqué de aquella urgente recomendación era que había oído decir a
individuos cualesquiera que pasaban por delante de la Escuela Normal, en donde
he tenido que acogerme [a vivir con su familia]: “Deberían obligarlo a salir de
ahí.»[3]
Otro día el maestro se quejaba de la indolencia de los
gobiernos para pagarle sueldos atrasados, diciendo:
«Esa causa de
natural y aun urgente resolución para un padre de familia es la negligencia que
todas las administraciones muestran en pagarme: la de Jimenes quedo debiéndome
tres o cuatro mensualidades; la de Vásquez, dos o tres, después de haberme
rebajado en un treinta y tantos por ciento un sueldo que era de ley. Esta [Woss
y Gil] comienza por rebajarme en treinta por ciento el ya rebajado sueldo, y
por no pagarme ni un solo día de los ya pasados desde el donoso decreto en que
se somete a ración o pago diario el sueldo de los civiles, como el de los
militares.»[4]
De Hostos se refiere luego a las promesas que
personalmente le hizo el presidente Alejandro Woss y Gil para resolver el
problema de su salario, y al intercambio epistolar que sostuvieron, en donde el
maestro llegó a decirle al presidente que: «Aquí
hay gentes que opondrán cualquier cosa, y de cualquier modo a mis deseos de
reforma.»
Y luego dijo: «En
resumidas cuentas, nunca se llega a cuentas con estos políticos. El presidente
de hoy hará lo que el de ayer y lo que el de antes de ayer.»[5]
El 16 de mayo de 1903 Hostos visita al Ministro Enrique
Henríquez para que se hiciera cargo de sus créditos en contra del estado a
cambio de una suma que le alcanzara para viajar a Cuba. Este le dijo con palabras y números que era
imposible.
Más adelante Hostos diría: «Yerba es lo que necesitan nuestros pueblos», refiriéndose a los de
nuestro origen en América.
Y luego agrega:
«No yerba en
forma de colonización y de educación”, como allí dije: lo que necesitan
nuestros pueblos, además de colonización
para darles ejemplo de trabajo y orden, y además de educación, para iluminarles
la conciencia, es don de gentes para esclarecer el que ellos tienen, y ciencia
de buen gobierno para poner a producir riqueza moral en esta almas sociales,
que, al fin y al cabo, son como estos suelos nacionales: todo riqueza en bruto.»
El 1ro de junio llega el día de las elecciones y don Eugenio
escribe:
«El sábado por
la noche fue primer día de la diversión electoral. Comenzaron los comités
electorales a funcionar, y entre cohetes, comparsas, música para el
acompañamiento y discursazos se dio principio a la repetición de la comedia que
se ha estado representando en el país desde que él es él.»
Otro día se quejaba del dolor que sentía en las piernas y
en la ingle o dolor inguinal, posiblemente ocasionado por la gran distancia que
tenía que caminar diariamente, algunas veces bajo copiosa lluvia y transitando
por caminos polvorientos o enlodados. Desde donde vivía en una estancia en las
proximidades de Güibia el maestro Hostos debía caminar cada día cuatro veces el
mismo trayecto: dos en la mañana y dos en la tarde, para ir y regresar de la
casa a la escuela.
En el trayecto se alegraba viendo volar las mariposas
multicolores y respirando aire puro de la campiña o los olores salitres que del
mar le llegaban.
De esa manera la vida se le iba poco a poco trabajando y
amando este pueblo dominicano. Los
sacrificios que hacía no le importaban, y escribía en su intimidad: Dice
haberle comunicado a un hijo de Enrique Henríquez que persistía en su idea de
abandonar el país porque:
«1. En que es
inútil mi permanencia en un país a donde sólo me trajo la esperanza de hacerle
el bien que yo compendio en la idea de la colonización y la educación; 2. A la
guerra abierta o solapada que me han hecho algunos de los llamados notables del
país; 3. En el sitio por hambre a que me han reducido.»[6]
Aquí lo tenemos enterrado y olvidado en sus ideas. Sabemos
que se quiso marchar pero sus precarias condiciones económicas lo impidieron.
Poco antes de morir entre nosotros hizo este soliloquio:
«…Al fin y al
cabo, dice razón la voz que de continuo razona en mi conciencia la necesidad de
alejarme de un país en donde ya no se sirve para el bien.»
«La creciente
convicción de la imposibilidad de hacer ninguno de los bienes que yo quería
para este pobre querido país, me patentiza la necesidad de arrancarme de él;
pero lo quiero tanto, y me he arraigado tanto en él la costumbre de vivir en su
oscuridad, que me va a costar trabajo arrancarme de él. Por eso, y porque
conviene que mi pobre familia salga de este medio, aunque sin mí, hasta a
proyectar he llegado el modo de quedarme a trabajar aquí para que ella pueda
vivir en otra parte.»[7]
El 6 de agosto de 1903 escribió en su diario por última
vez. Falleció pocos días después en Santo Domingo, hastiado y cansado, el 11 de
agosto de 1903.
Don Pedro Henríquez Ureña definiría su estadía en la
República con estas palabras:
« Volvió a Santo Domingo en
1900, a reanimar su obra. Lo conocí entonces: tenía un aire hondamente triste,
definitivamente triste. Trabajaba sin descanso, según su costumbre.
Sobrevinieron trastornos políticos, tomó el país aspecto caótico, y Hostos
murió de enfermedad brevísima, al parecer ligera. Murió de asfixia moral.»[8]
.
[1] Eugenio María de Hostos. Obras completas: Ed. conmemorativa
del gobierno de Puerto Rico, 1839-1939.Editor Cultural,
s. a., La Habana, 1939. Vol. II. Diario. P. 394.
[2] Eugenio María de Hostos.
Obras completas: Ed. conmemorativa del gobierno de Puerto Rico, 1839-1939.Editor Cultural, s. a., La Habana, 1939.
Vol. II. Diario. PP. 394-395.
[8] Eugenio María de Hostos.
Antología. Prologo por Pedro Henríquez Ureña, selección, arreglo y apéndice por
Eugenio Carlos de Hostos. Imprenta, Litografía y Encuadernación J u a n B r a v o, 3 Madrid, 12 de octubre de 1952.
P. 18