POR
RAFAEL MOLINA MORILLO
Este
es un relato de cómo se sucedieron los acontecimientos que culminaron con el
derrocamiento del profesor Juan Bosch de la Presidencia de la República. Esta versión ha sido realizada por el Autor
del artículo, después de reconstruir cronológicamente los días 24 y 25 de
septiembre pasado, atando cabos y conciliando los hechos tal y como le fueron
narrados separadamente por tres personas que vivieron de cerca aquellos
momentos históricos. Esas tres personas
son un Oficial que presenció la entrevista que sostuvieron los jerarcas
militares con el entonces Presidente Bosch en Palacio la noche del 24; un Civil,
amigo de Bosch, que estuvo junto a él a partir del 25 a las 5 de la madrugada;
y otro Civil, contrario político de Bosch, que estuvo en Palacio casi durante
todo el día 25.
¿Viste ese recibimiento? ¡Con ese respaldo
popular, a este gobierno no lo tumba nadie! La expresión, llena de optimismo,
salía de labios del entonces Presidente de la República, Juan Bosch. La escena
se desarrollaba en el Estadio Quisqueya, adonde el discutido hombre público
había acudido para presenciar las exhibiciones del grupo de danzas y música
mexicana que vino al país como consecuencia de la visita a México del
gobernante dominicano.
En
medio de las alegres notas del jarabe tapatío, y bajo las luces de los focos de
las cámaras televisoras que llevaban los detalles del evento a todos los
hogares dominicanos, Bosch Llegó esa noche —23 de septiembre de 1963— al
Estadio Quisqueya. No fué directamente al palco presidencial, como estaba
programado, sino que quiso mezclarse entre el público que, allí reunido,
aplaudía el espectáculo que había venido directamente desde Caracas como un
regalo artístico del gobierno mexicano al pueblo dominicano.
Cuando
el público reconoció la cabeza blanca de Bosch en aquel océano humano, las
demostraciones de solidaridad fueron efusivas y prolongadas. El presidente se
abrió paso entre la multitud y llegó, sofocado y sonriente, al palco
presidencial. Al reconocer a uno de sus amigos que allí le esperaba, le espetó
la frase ya citada:
— ¿Viste ese recibimiento? ¡Con ese respaldo
popular, a este gobierno no lo tumba nadie!
Treinta
horas después, sin embargo, el gobierno de Bosch fué tumbado por las armas.
¿Cómo
transcurrieron las horas, los minutos, a partir de ese instante de euforia y
optimismo en el Estadio Quisqueya, cuando Bosch todavía no sospechaba nada de
lo que ocurrirá, hasta el momento del golpe final que destruyó la
constitucionalidad?
Muchas versiones callejeras han circulado al
respecto. Algunas de ellas pecan de mala fé. Otras de inexactas. Las hay
exageradas y las hay incompletas. Sin ningún interés ni finalidad política
hemos tratado de reconstruir los hechos. Para tal fin intentamos y logramos
hacer contacto —y arrancarle declaraciones o relatos parciales— a tres personas
de distintas ideas que estuvieron en la escena de los hechos durante los días
decisivos. Este trabajo es el resultado de esa investigación.
"No
duerma en su casa, Presidente"
El
24 de septiembre se celebra en nuestro país el Día de Nuestra Señora de las
Mercedes, patrona de la República. Es
una fiesta religiosa tradicional cuya fecha se conmemora con veneración en
todos los ámbitos del país. Desde luego,
ese día no se trabaja. Era martes.
Serían
cerca de las diez de la mañana cuando el jefe del ejecutivo, que estaba en su
residencia de la avenida Abraham Lincoln, recibió un serio aviso de un amigo a
quien se supone que podía estar bien enterado de todo lo que ocurría alrededor
del Presidente.
—No duerma esta noche en su casa, Presidente
—le dijo esa persona. — ¿Por qué? —preguntó extrañado Bosch, a quien ese mismo
amigo le venía diciendo día tras día que no hiciera caso de las innumerables
"bolas" que venían circulando sobre supuestos atentados contra su persona.
El amigo contestó secamente: —Hay un orden
para matarle... y esta vez es de verdad!
Según
las personas que estaban cerca en ese momento, y que pudieron escuchar la breve
conversación, Bosch permaneció aparentemente sereno. Pero en seguida se comunicó
—no se sabe si telefónica o personalmente— con el Ministro de las Fuerzas
Armadas, general Elby Viñas Román. Tampoco se ha establecido qué conversó
exactamente Bosch con Viñas, pero se supone que era algo en relación con una
reunión "rutinaria" que los altos jerarcas militares estaban
celebrando en ese momento en el Palacio Nacional. (El Ministerio de las Fuerzas
Armadas tiene su sede en Palacio, y por eso no era extraño que una reunión de
tal naturaleza se celebrase allí).
No
bien terminó Bosch de hablar con el general Viñas, llegaron a su casa Sacha
Volman y el embajador de los Estados Unidos, John B. Martin. Volman es un personaje muy discutido. Algunos
lo señalan como agente comunista y otros le tildan de ser agente del
Departamento de Estado. Lo que parece haberse demostrado es que el enigmático
elemento tiene buenas relaciones personales con el presidente Kennedy. También
se le señala como el "elemento de enlace entre los gobiernos dominicano
(de Bosch) y norteamericano".
Tras
una conversación tripartita de media hora, el diplomático del Tío Sam se
despidió y dejó a solas a Volman con Bosch. El tema de la conversación es otro
misterio hasta la fecha, pero hay indicios de que no fué otro que el golpe
militar que se estaba tramando.
Una versión muy atendible dice que Martin
previno a Bosch de lo que iba a acontecer. Se asegura que el embajador dijo al
presidente:
— La flota de mi país está a doce horas de la
costa. Si usted me autoriza, puedo hacerla situar a sólo seis horas de la
costa.
Bosch
dijo que no.
La misma versión que —es bueno repetirlo— no
ha podido ser confirmada, revela que el Ministro de Agricultura, Antonio
Guzmán, trató de convencer a Bosch de que aceptara el ofrecimiento de Martin,
pero que durante largo rato el presidente
mantuvo su negativa. Se asegura que finalmente accedió, pero que cuando
se le hizo saber a Martin la nueva postura del presidente ya eran las 5 de la
tarde, y el embajador americano lamentó que ya no había tiempo, pues la flota
estaba en ese momento a veinte horas de la costa.
"Secreto a voces"
Pero
volvamos a nuestro relato. Al mediodía del 24, ya era un secreto a voces que
algo se estaba tramando contra el gobierno o contra Bosch. A partir de ese
instante, la casa del presidente fué visitada por un sinnúmero de allegados.
Entre ellos el Ministro de Recuperación de Bienes, señor Brea Peña, quien le
manifestó al ejecutivo que cancelaría su proyectado viaje a Azua.
—No hagas caso de rumores —le respondió Bosch—
y vete tranquilo a Azua. Brea Peña simuló que obedecía la orden presidencial,
pero se quedó en la ciudad a la espera de los acontecimientos.
A
la una de la tarde el presidente se dispuso a salir para asistir a un almuerzo
que se ofrecía en ese instante a los integrantes del grupo artístico mexicano,
en el hotel Hispaniola. Los mexicanos habían actuado la noche anterior en el
estadio Quisqueya, para todo el público que deseó asistir, y volverían a
presentarse esa noche (día 24) en una actuación dedicada a las Fuerzas Armadas.
Antes
de llegar al hotel Hispaniola, sin embargo, Bosch hizo desviar su automóvil
hacia la casa de Sacha Volman, en la autopista Santo Domingo-Haina. Sacha
Volman no estaba en su casa, pero fué localizado desde allí por teléfono, y
acudió prontamente a encontrarse con el presidente. Nuevamente hablaron durante
tres cuartos de hora. El tema de esa conversación: otro misterio.
En
el hotel Hispaniola Bosch no quiso probar bocado. Fué este el primer síntoma
del nerviosismo —por así decirlo— del presidente. Nadie podía notarlo, pero un
buen observador podía adivinar cierta intranquilidad en Bosch. En dos ocasiones
preguntó a las personas de su confianza que estaban cerca de él si el general
Viñas Román no había regresado de San Isidro.
(Después
se supo que Bosch había enviado a este alto oficial a la base aérea con el
encargo de hacer venir el general Atila Luna —jefe de Estado Mayor de la
Aviación— a conversar con él en el Palacio o en su residencia).
Sin tener noticias de Viñas ni de Luna, Bosch
abandonó el hotel al final del almuerzo, pero antes probó un bistec que casi le
obligaron a servirse los camareros, quienes, al notar que no comía, le
significaron que eso era un desaire para ellos... Al fin, a eso de las 3:45
p.m., se juntaron en la residencia presidencial Bosch y el general Viñas Román.
Este le informó al presidente que no había podido ver al general Luna ni al
coronel Wessin y Wessin —que también era solicitado por Bosch —.
— No he podido conseguirlos —expresó Viñas.
—Ah, pues esos no están conmigo —respondió el presidente.
Actividades normales La inminencia del
problema ni hizo alterar el desarrollo de las actividades normal del
Presidente. Pocos minutos después de su entrevista con su Ministro de las
Fuerzas Armadas, Bosch sostuvo otra con el periodista Julio César Martínez,
director de Radio Santo Domingo, a quien le criticó la política editorial que
llevaba esa planta radiotelevisora. Aparentemente, Bosch consideraba que muchos
problemas de su gobierno eran agravados por la "mala política" de la
radio oficial.
Después
habló Bosch por teléfono con el Ministro de Relaciones Exteriores, doctor
Héctor García Godoy, a quien le pidió una lista con los nombres de las personas
que se había refugiado en busca de asilo en la Embajada de Colombia.
Y de inmediato se comunicó —también por
teléfono— con el Viceministro de Interior, doctor Anselmo Brache Viñas, a quien
le pidió que se trasladara a Salcedo, en interés de investigar a fondo los
sucesos ocurridos allí hacia pocos días, en los cuales perdió la vida un joven
"catorcista" en un incidente con un agente de la Policía.
Ya cambiado de ropa, el presidente Bosch salió
de su residencia a las 7:30 p.m. del día 24, con rumbo al Club de Oficiales del
Centro de los Héroes (antigua Feria de la Paz), donde se le ofreció un agasajo
al almirante norteamericano Farrell.
Tan pronto entró al salón de la recepción, el
hábil político de 54 años de edad recorrió e1 panorama con la mirada, y a
seguidas comentó con uno de sus acompañantes:
—Fíjate bien: no hay aquí ni un solo oficial
de la Aviación.
La
recepción discurrió normalmente —al menos en apariencia —. Nadie que no
estuviera enterado de lo que se avecinaba, podía predecir, viendo aque1 ágape
tan cordial, que se estaba a pocas horas del derrumbe de un gobierno que tenía
fé ciega en el respaldo popular y en sus principales jefes militares.
Al
despedirse, el presidente Bosch bajó en el ascensor acompañado por un grupo de
altos oficiales, incluso el general Viñas. El embajador Martin y el consejero
King, de los Estados Unidos, no cupieron en ese viaje del ascensor. Bosch,
quien observó el detalle, le dijo al ascensorista: —Suba y dígales al Embajador
Martín y al señor King que los espero en mi casa.
La
reunión en la residencia de Bosch fué informal. Se trataron tópicos de interés
general.
El
señor King pidió permiso para retirarse y se despidió a las 9 de la noche.
Martin permaneció un rato más en la casa. Mientras tanto, Bosch, que no había
olvidado el consejo de que no durmiera esa noche en su casa, le solicitó a su
ayudante militar que le ayudara a preparar un "necesaire" para irse a
dormir al Palacio Nacional, donde él consideraba que estaría seguro por la
vigilancia normal que se tiene establecida allí.
En esos momentos sonó el teléfono de la casa.
Era el Autor de este artículo, a la sazón director ejecutivo de "El
Caribe", quien llamaba al presidente. Este no tardó en tomar el auricular.
Presidente
—le dijimos— deseamos leerle el texto de un artículo del periodista americano
Hal Hendrix, que será publicado mañana en "El Caribe", para que usted
nos haga alguna declaración al respecto.
Le advertimos que el artículo era muy duro
contra su persona y su gobierno. Bosch escuchó pacientemente la lectura del
trabajo. Al finalizar el mismo, nos dijo:
— ¿Y qué quiere usted que le declare? Yo
prefiero no comentar esa clase de artículos. Pero le agradezco que lo haga
publicar, para que se vean todas las afirmaciones absurdas que allí se hacen.
(En
el artículo de Hendrix se predecía, entre otras cosas, que Bosch podía ser
derrocado de un momento a otro).
Poco después de esa conversación telefónica
Bosch abandonó su residencia. Se dirigió al Palacio. Lo primero que hizo fué
doblar la guardia, es decir, elevar la vigilancia de 60 hombres —que es lo
normal— a 120 hombres. Al mismo tiempo pidió al Ministro de las Fuerzas Armadas
que hiciera venir al Palacio a todos los jefes militares, de las tres fuerzas
(Ejército, Marina y Aviación).
Mientras esperaba, en compañía de algunos
Ministros que habían acudido al Palacio al enterarse de que el Presidente
estaba allí y de que algo olía mal, ocurrió un incidente sin importancia, pero
que merece ser relatado: una mariposa revoloteaba alrededor de Bosch, hasta el
grado de llegar a ser molestosa. El
ejecutivo agarró un periódico y ¡paf!, golpeó al bicho contra un escritorio.
El golpe fué contundente y retumbó en la
habitación, como si hubiera sido un disparo. Al instante corrieron todos los soldados que
hacían guardia, arma en mano, aparentemente dispuestos a entrar en acción.
— ¡Bravo! —exclamó uno de los acompañantes—
con esta guardia tan alerta estamos garantizados!
Wessin destituido
En
presencia del Ministro de la Presidencia, doctor Abraham I. Jaar, y del
viceministro Fabio Herrera, Bosch comenzó a escribir algo a mano.
Era
el borrador de un decreto destituyendo al coronel Wessin y Wessin, de la
Aviación Militar, de su rango militar. Aparentemente, Bosch consideraba a
Wessin una pieza fundamental en la anómala situación que se le presentaba a su
gobierno y estimó que, sacándolo de las filas, podría resolver o aliviar el
problema.
En ese instante llegaron los oficiales que
habían sido citados por Bosch por mediación de Viñas Román. O mejor dicho,
llegaron casi todos los oficiales citados: faltaban los de la Aviación. Eran
las 12:30 de la madrugada del día 25.
Antes
de presentarse ante Bosch, cuyo despacho estaba en el ala derecha del Palacio
Nacional, los catorce oficiales (de la Marina y el Ejército) que concurrieron a
la cita se reunieron entre sí durante una hora, en el despacho de las Fuerzas
Armadas (ala izquierda del Palacio).
Finalmente,
poco después de la una y media de la madrugada, cruzaron el largo pasillo de
alfombra roja que atraviesa el Palacio de extremo a extremo y se presentaron al
despacho presidencial. Sostuvieron una entrevista con Bosch, a puerta cerrada,
en la cual conversaron de distintos temas.
No
es cierto, como se ha venido afirmando, que los oficiales presentaron un pliego
de condiciones a Bosch para darle su apoyo. El supuesto pliego no existió
nunca. Pero sí es verdad que los militares tocaron el tema del peligro
comunista y le insinuaron a Bosch que podía hacer algo más efectivo para
combatirlo.
Por
su parte, Bosch les comunicó que se proponía cancelar a Wessin, pero antes les
pidió, uno por uno, su opinión sobre esa decisión. La mayoría opinó que esa cancelación
no era necesaria ni conveniente. Entonces Bosch exigió que Wessin fuera
trasladado a otra base, por considerar que donde estaba era peligroso para la
estabilidad del gobierno.
Los
militares se comunicaron telefónicamente con el general Atila Luna, quien
estaba en San Isidro, y le informaron lo que pasaba. Luna contestó que enviaría
sus delegados al Palacio, para discutir el asunto.
Los
delegados no tardaron en llegar. Eran los oficiales Guarién Cabrera Ariza y
Álvarez Albizu. Traían un mensaje categórico y terminante de general Luna: la
Aviación no aceptaba ningún cambio en sus filas.
Bosch recibió la noticia impávido. — Ya hemos
terminado —dijo con sequedad—. Se pueden retirar.
Y
cuando estuvo a solas con sus Ministros les anunció:
—Voy a presentar mi renuncia.
Eran
exactamente las 2:15 de la madrugada.
Culmino
el Golpe
Los
oficiales se habían retirado al ala izquierda del Palacio, o sea a la sede del
Ministerio de las Fuerzas Armadas. Bosch comenzó a recoger sus cosas personales
de su escritorio, mientras sus acompañantes llamaban a los Ministros ausentes
para que acudieran al Palacio.
También
fueron llamados el presidente del Senado, doctor Juan Casasnovas Garrido y el
presidente de la Cámara de Diputados, doctor Rafael Molina Ureña, para que reunieran
la Asamblea Nacional.
Según la Constitución, el presidente de la
República solo puede renunciar ante la Asamblea Nacional.
Serían
cerca de las 4 de la mañana cuando Viñas Román regresó al despecho presidencial
y le anunció a Bosch que, por acuerdo de todos los oficiales, él y sus
acompañantes estaban prisioneros.
Entonces Bosch —o uno de sus Ministros— rompió
furtivamente la renuncia que ya aquel tenía escrita.
El golpe estaba dado. Los militares habían
tomado el poder. En esos instantes comenzó a redactarse el Manifiesto de las
Fuerzas Armados que poco después sería lanzado al aire por la Radio Santo
Domingo, ocupada ya por los golpistas.
Bosch hizo una sola llamada al exterior: a su
esposa doña Carmen. La llamó a Puerto Rico y le informó del golpe. Es
presumible que fuera ella quien se comu- nicara esa madrugada con el Presidente
Betancourt y con el gobernador Muñoz Marín, y no Bosch, como informaron las
agencias noticiosas internacionales.
Como
epílogo puede asegurarse que el embajador Martín, a quien le fue permitido
entrevistarse con Bosch ese día 25 a las 5:50 de la mañana —cuando ya el ex
presidente era un prisionero— le ofreció a éste los infantes de Marina
"para restablecer el orden constitucional".
Bosch
dijo, otra vez, que no. La suerte estaba ya echada. Los militares habían sido,
una vez más, los árbitros del destino latinoamericano.
Fuente:
Ahora! Núm. 44, 1963, 1 quincena, noviembre de 1963