Por: Francisco Berroa Ubiera
La obra del historiador, jurista, académico y político
doctor Hugo Tolentino Dipp titulada: “Raza e historia en Santo Domingo”, constituye
un interesante estudio de tipo histórico sobre el origen del prejuicio racial
en la sociedad colonial vinculado al problema social.
Como muy bien explica el antiguo
Rector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) en la parte introductoria de su obra: “La estigmatización y discriminación de la raza india y negra tiene su
raíz histórica en el colonialismo…”[1], y por lo tanto, es a su
juicio, la ideología del colonialismo español vinculado a las concepciones de
los teólogos, colonos e intelectuales lo que permite elaborar una concepción de
tipo racista.
Los españoles justificaron la
esclavitud del indio en determinados principios morales. Para ellos, el indio era partidario de la
idolatría, de la herejía, del canibalismo, y es considerado hasta sodomita,
vago, pendenciero, etc., por todo lo cual en su contra se justifica la
esclavitud sobre la base de criterios extraídos de la religión.
Por lo tanto, el derecho divino se
hace el instrumento de opresión: la justa guerra se fundamenta en los justos
títulos obtenidos por las bulas de donación del Papa Rodrigo Borgia, Alejandro
VI, y en otros casos el motivo se hallaba en las causas siguientes: causa
licita, autoridad legítima, recta intención y justa manera de hacerla, ello así
para ocultar los verdaderos fines perseguidos por los conquistadores: sed de
oro y la necesidad de enviar esclavos a España para ser vendidos.
En fin, al indio lo consideran
“cosa”, “bruta animalia” por mandato de las leyes consideradas “divinas”, y en
franca negación y oposición radical a los principios de la Jus Naturalis, por
lo cual, debían ser considerados hombres como los demás.
El Autor analiza por medio de un
interesante recuento histórico el tránsito de los sistemas de explotación usados
para explotar originalmente a los indígenas de La Española, estos fueron: la
Factoría Colombina y sus diversas modalidades de aplicación (1492-1499); los
Repartimientos de tierras e indios (1499-1503); y las Encomiendas de tierras e
indios impuestas durante el régimen ovandino en el periodo comprendido entre
1503 a 1504, en fin, se estableció en Santo Domingo un régimen de tipo
esclavista, acompañados en el plano ideológico de los elementos justificativos
de tales métodos.
En su preocupación de documentar con
ampulosidad sus argumentos, el doctor Hugo Tolentino asume la postura del
historiador social identificado con la escuela francesa de los Annales, aunque
denota una importante y decisiva influencia en su pensamiento de las ideas
marxistas y del materialismo histórico y dialéctico. Aunque hay momentos en los cuales aborda su
problemática desde el punto de vista de un verdadero antropólogo social, otras
veces recurrirá a la etnohistoria, aunque su estudio se enmarca también en el
contexto de la ciencia jurídica al realizar el análisis del origen y evolución
del derecho indiano, así como las causas de su génesis: el sermón del padre
Montesinos, la defensa del indio hecha por los padres dominicos, las denuncias
del padre Las Casas, etc., hasta su consagración inicial y posterior
desarrollo: Leyes de Burgos, Leyes de Valladolid, Requerimiento Indiano, etc.
Tolentino, colocado en la pose de un
humanista temporalmente ubicado en el siglo XX, trata de justificar en su obra,
lográndolo muy bien, las causas reales de la esclavitud del indio y del
africano, aunque notablemente influenciado por un humanismo clásico propio del
siglo XVI, por lo cual recurre reiteradamente a citar la obra del defensor de
los indios por antonomasia: el padre Bartolomé de Las Casas.
Partiendo del análisis de las
concepciones de Aristóteles y de la jurisprudencia racista del siglo XVI,
Tolentino rastrea la idea del prejuicio racial en la explotación que el colono
imponía al indio[2]
y ratifica: “La finalidad del colonizador
era ratificar la idea de la incapacidad natural de los indios para vivir en
libertad a fin de poder mantenerlos en su condición de explotados serviles”.[3] Así, durante todo el siglo
XVI el debate sobre la naturaleza del indio preocupara a los teólogos
españoles, y en fin, a toda Europa. Como afirma Leví-Strauss: “América coloco a
la humanidad en su primer caso de conciencia”.[4]
Destaca don Hugo Tolentino la
polémica entre Las Casas y Sepúlveda, y otras similares, para concluir en esta
afirmación: “El prejuicio racial frente a
los indios estableció, de manera tajante, una vinculación estrecha entre los
fenómenos biológicos y la actividad social del hombre. El racismo introdujo, subrepticiamente, en el
caso de los fenómenos sociales los problemas biológicos como causalidad
histórica eficiente y principalísima”.[5]
Son las diferencias de tipo racial
las bases del racismo visto como una ideología de la explotación. Por eso, “Este
tipo de representación, de conciencia social racista, que creaba el
colonizador, haría fortuna entre quienes estructuraban la base esclavista de la
explotación de los indios”.[6]
En el segundo capítulo de su
interesante obra el doctor Hugo Tolentino analiza el problema de la “Limpieza
de sangre”. Esta tesis, surgida
originalmente en España y motivada por cuestiones religiosas, en tanto se le
negaba al judío converso su entrega absoluta al credo religioso aceptado por él
en el momento del bautizo a la fe católica, pero, con la aparición en América
del mestizo, primero, y del mulato, después, se dio vigencia, en el Nuevo Mundo,
al prejuicio de la limpieza de sangre, así como a la probanza del tal higiene
intravenosa. Como lo dice el Autor: “Pero limpieza no sería sinónimo de pureza
religiosa, sino racial. Ni en el mestizo
ni en los descendientes de negros se busco establecer la prueba de la
ascendencia de herejes sino de razas inferiores”.[7]
Sobre el problema de la miscegenación
hispano-indígena, con el surgimiento del tipo mestizo, Tolentino atribuye su
aparición “a la falta de mujeres europeas”[8]., y destaca que este
proceso de miscegenación quedo formalmente iniciado el 25 de diciembre de 1492
a ser fundado por Colón el fuerte de La Navidad, “prólogo de una corriente
sexual entre el español y la india sólo detenida con la desaparición física de
ésta”, [9] ya que ni siquiera Ovando,
quien se opuso radical y represivamente al concubinato de españoles con las
mujeres nativas, fue capaz de detener el proceso de mescolanza inter-étnica en
la isla de Santo Domingo.
Tolentino pone de manifiesto el papel
desempeñado por el gobernador Don Nicolás de Ovando, primero, y luego por
Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés para conjurar la relación que fue más
común entre los españoles residentes en la colonia a principios del siglo XVI:
la relación con las indias.
Por ello el prejuicio se justifica en
la supuesta inferioridad, en la supuesta fealdad, o en la supuesta incapacidad
de la mujer indígena frente a la europea.
Reducida la población de la Isla de
un total de no se sabe cuántos indios, aunque algunas fuentes señalan que eran
más de siete millones en 1492, el censo de Alburquerque revelo la sola
existencia de unos 25,303 indios. Dada
la baja demografía, para mantener la producción colonial se importaron
indígenas de las pequeñas Antillas y de las Bahamas, primero, y luego se inicia
el tráfico de esclavos africanos que no se detuvo sino hasta la segunda mitad
del siglo XIX.
El exterminio masivo de los indios de
la Isla, acaecido en la segunda mitad del siglo XVI, fue un factor que decidió
la posterior desaparición del mestizaje, los cuales, según carta de Francisco
de Barrionuevo al emperador Carlos V de fecha 22 de agosto de 1533 decía que: “Aquí hay muchos mestizos de hijos de
españoles e indias que generalmente nacen en estancias y despoblados”,
expresando de inmediato sus innumerables prejuicios en contra de estos.
El Autor aborda en otro capítulo el
problema de la esclavitud del africano, y afirma al respecto: “El negro por su parte, conocería una ruda
explotación en el seno de las plantaciones azucareras (1515-1580)”, y
explica las causas de tal trafico: la introducción masiva de esclavos negros a
partir del fracaso del modelo minero planteo el problema de la esclavitud en
términos diferentes en cuanto al nuevo depositario de la explotación: el
africano.
La industria azucarera se desarrolla
a partir de 1515 y como la nueva actividad productiva demandaba fuerza laboral
esclava, ¿Quién mejor que el negro africano?
El descenso de la población aborigen
y la necesidad de fuerza laboral obligan a la importación masiva de
esclavos. Por ello, se pone de moda el
archiconocido negocio del viaje triangular, es decir, la importación masiva de
esclavos africanos con destino al Nuevo Mundo, por lo cual, para tales fines
serán otorgadas infinitas licencias para realizar dicho tráfico, recurriéndose
simultáneamente a los contratos y convenios diversos con los portugueses a fin
de incrementar el trafico esclavista o trata negrera.
El historiador aborda asimismo el
asunto de la Leyenda Negra por medio de la cual le fue atribuido al padre Las
Casas un alto y casi absoluto grado de responsabilidad en la esclavización
masiva de los africanos en América en su interés de supuestamente librar a los
nativos de la terrible explotación a que fueron sometidos, señalando de paso a
los verdaderos responsables de tal comercio. Primero el rey hispano Fernando El
Católico, quien tras la muerte de Isabel en 1504 hizo pronunciado acto de
desenfreno para profundizar la esclavitud del negro en nuestro continente, y en
segundo lugar, por la responsabilidad compartida de los miembros de la nobleza
cortesana, el alto clero, los funcionarios coloniales, y los propios colonos y
conquistadores.
A quienes en esta época tratan de
explicar la esclavitud del negro sobre la base de planteamientos de tipo moral,
como ocurre con los historiadores norteamericanos Frank Tannembaum y A. Elkins,
quienes buscaron justificar la esclavitud en cuestiones morales y no en sus
verdaderos soportes materiales: la economía, la política y la estructura social
de las sociedades coloniales americanas, destacando que la esclavitud del
africano corrió paralela al desarrollo del capitalismo a escala mundial,
constituyendo un factor determinante en los procesos de acumulación originaria
verificados para aquellos años en el Nuevo Mundo.
Sobre la demografía colonial,
sostiene que en la segunda mitad del siglo XVI la Isla contaba con apenas unos 8,000
esclavos africanos, consideración que asume el Autor con una gran fuerza de
afirmación y de convicción personal pero sin ofrecer argumentos verdaderamente
consistentes, demostrables y comprobables con estadísticas censales. Para justificar su opinión aporta como única
cifra el censo de población realizado por don Antonio de Osorio en 1606 el cual
da a conocer una población de 9,648 habitantes.
En cuanto a los prejuicios en contra
del negro, los cuales se intentan justificar en su color en inferioridad,
Tolentino nos afirma: “El pluralismo
cultural que encarnaban blancos y negros alcanzó así una valoración racial cuyo
origen se encontraba en la necesidad que sintió el explotador de explicar la
violencia de la esclavitud”.[10]
Toca asimismo el Autor el problema de
la resistencia de los esclavos africanos, y en este sentido hace una apretada síntesis
explicativa de las más importantes luchas de los rebeldes cimarrones: la
rebelión del ingenio La Isabela de Diego Colon o rebelión de Los Negros Gelofes
(22 de diciembre de 1522), siendo los rebeldes posteriormente perseguidos y
masacrados; las cimarronadas, rebeliones ocurridas en toda la Isla a partir de
los años veinte del siglo XVI, fruto de las cuales sale fortalecido el
prejuicio en contra de los negros, pero este prejuicio, sobre todo contra los
denominados ladinos, se fue agigantando, y al esclavo que habla castellano por
haber estado residiendo en la Península antes de viajar al Nuevo Mundo, se le
ha de considerar “ingrato, de malas costumbres y bellaco”, en cambio al bozal,
es decir, al esclavo que no habla castellano y llega desde África se le ha de
considerar como un buen esclavo, “la bestia absoluta, considerada mansa y
buena”.[11]
Esta visión de los colonos hacia los
ladinos y bozales solo expresa una profundización del prejuicio racial en
contra del negro. Se entendía que el
ladino “disfrutaba de las tradiciones, de los “mores”, las costumbres y las
leyes españolas referentes a la esclavitud”.[12] Prejuiciado, sin familia, desvinculado de su
medio geográfico y de su organización socio-cultural, desarraigado de su medio
histórico, ultrajado en su humanidad, al negro se le explota con avaricia, y si
escapa se le castiga, y contra el surgen diversas prohibiciones: no pueden
viajar, no pueden usar prendas, son verdaderos animales para el “vecino
español”, y cuando se envalentonaba y hacia su escape de cimarrón, “solo en la
lejanía del palenque el Negro no sufría de manera discreta la opresión y el
prejuicio sociales, pero tampoco escapaba de ellos”[13], ello así porque “la
conciencia de ser pobre y negro vino a ser sinónimo de causalidad
histórica. Del negro se quiso hacer, por
sus peculiaridades raciales, el explotado eterno”.[14] Este prejuicio racial tuvo dos fines
específicos: privar al negro de toda idea de identidad propia, y hacer del amo
blanco la expresión dignificada y superior del género humano a fin de
establecer las bases de una desigualdad frente al negro, por lo cual, con el
prejuicio racial se pretendía imponer al negro una personalidad sumisa y la aceptación
de la sujeción en que se encontraba viviendo como algo inherente a su carácter
racial, de donde se desprende la creación del mito de la inferioridad racial,
la cual se halla expresada en el cancionero popular en coplas como esta:
Yo no me caso con negro
Por no caer en desgracia,
Y tener en pleno día
La noche oscura en mi casa.[15]
O esta otra
¡Ay, el blanco huele a rosa,
Y el indio huele a tabaco,
Pero los malditos negros…
A berrenchín de chivato.[16]
He aquí el resultado, un prejuicio
que se mantiene vivo en la mentalidad del dominicano de hoy.
El esclavo negro o el cimarrón fueron
objeto del trato prejuiciado durante siglos.
El cimarronaje se castigo de forma sumamente violenta. El rebelde se marcaba: se le cortaba la
oreja, un pie, los dedos de ambos pies, era ocasionalmente hechizado, etc.…, y
en algunos casos le cortaban hasta los genitales, sin embargo, esta ultima
practica quedo eliminada porque tal castigo afectaba la reproducción de la
especie, lo cual significaba una afectación a los propietarios y a todo el
sistema establecido.
Los prejuicios de la colonia
continuaron en la República, y la mejor manera de constatarlo y evidenciarlo es
el estudio de la poesía popular de Las Antillas. Veamos estos versos de don Manuel del Cabral:
Negro Manso
Negro Manso
Ni siquiera tienes la inutilidad
De los charcos del cielo.
Sólo
Con tu sonrisa rebelde
Sobre tu dolor,
Como un lirio valiente que crece
Sobre la tierra del pantano.
Sin Embargo,
Negro manso,
Negro quieto:
Hoy la voz de la tierra te sale por los
ojos,
(Tus ojos que hacen ruido cuando
sufren).
[1]
Tolentino, Hugo. Raza e historia en
Santo Domingo, editora UASD, Santo Domingo, 1974.
[2]
Tolentino, 1974, P. 40.
[3]
Tolentino, 1974, P. 42.
[4]
Leví-Strauss, 1975, P. 18.
[5]
Tolentino, 1974, P. 52.
[6]
Tolentino, 1974, P. 51.
[7]
Tolentino, 1974, P. 71.
[8]
Tolentino, 1974, P. 72.
[9]
Tolentino, 1974, P. 75.
[10]
Tolentino, 1974, P. 187.
[11]
Tolentino, 1974, P. 179
[12]
Ibídem, P. 181.
[13]
Ibídem, P. 191.
[14]
Ibídem, P. 195.
[15]
De Nolasco, Flérida. Santo Domingo en el Folklore universal. Ciudad Trujillo, 1956, PP. 304.
[16]
De Nolasco, Flérida. Santo Domingo en el Folklore universal. Ciudad Trujillo, 1956, PP. 183.